jueves, febrero 06, 2014

Actos poéticos

Tomás Ramos Rodríguez

Una de las razones porque los espacios para la escritura existen, radica en la necesidad de libertad de quienes escriben para comunicar sus experiencias a públicos desconocidos y, al mismo tiempo, a gente muy cercana a ellos. En el Internet, nos encontramos listas de personas que pertenecen a comunidades de gente que se frecuenta a diario de manera virtual, además de tantas otras que desde el anonimato de la consulta voyerista nos observan y atestiguan cada detalle de nuestras vidas. Ante esto, escribir literariamente no es fácil, iniciar la bitácora hacia un naufragio tampoco lo es; difícil es el momento en que se establece el tono y código en el cuál se quiere comunicar el mensaje del escritor.

Sargaza surgió en mí como un vocativo a una serie de poemas que empecé a desarrollar hace algunos años. Tiempo después, deseché este sustantivo propio que evoca a una mujer que se encuentra frente al mar durante un fin de semana. Este fue otro de los motivos por los cuáles no había hablado desde mi oleaje, sino sólo a través de mis presentimientos, temblores por los cuáles el pulso poético reacciona ante los ritmos de vida que nos envuelven diariamente; que, entre tareas y responsabilidades indetenibles, hace que estas actividades moldeen nuestros movimientos interiores. Incluso el movimiento del silencio.

Desde mi oleaje surgen inquietudes, circunstancias que están latiendo y que en todo momento me empujan a encontrar el mar. Sargaza vive en el recuerdo a unas ingles, unas medias o un monitor, por el cual se van dibujando los signos como la marea en un vaso de agua silencioso. Sargaza es un sujeto nominal que siempre necesita regresar al mar.

El mar lo encuentro en todas partes, en la calle, en el aire y en los camiones. Cada vez que cierro los ojos o me conecto, siento el mar.

Sargaza es una figura en blanco donde me libero para escribir y realizar ejercicios gramaticales como parte del oficio de la escritura: camino hacia ti, hasta el sitio donde el mar aún te roce las rodillas. Dejar salir estas tensiones; dejarse ir por diferentes horizontes cuando uno se encuentra cotidianamente en lo más rancio del ambiente académico. Es agradable escuchar como suenan las palabras en diferentes lenguas y, el poeta o narrador o como quiera decírsele, en su cotidianeidad tiene que seguir adelante con los deberes de la vida diaria poniéndole un alto a la desidia. La desidia puede significar un deicidio, la muerte del poeta: el pequeño dios. Este es el acto en defensa de tal circunstancia, éste es el acto poético.

El reto es si podamos escribir desde nuestras personales circunstancias, las que el poeta cubano Virgilio Piñera decía, la maldita circunstancia que nos obliga a sentarnos en la mesa del café. Será la condición del agua por todas partes, la ínsula en que se convierte nuestro entorno yucateco; el sabor de la madera bajo la lluvia; ese aroma a desierto; ese agridulce sabor que llega para redimirnos del vacío.

Enunciamos dolencias y alegrías, preocupaciones que vienen de mares distantes y sensibles; en su lejanía, regiones interiormente cercanas, muy adentro.

El mar, como la lluvia, entona su melodía indescriptible; estar de pie frente a su totalidad en las arenas yucatecas; de frente ahí, inmaculables, nos embarga y envuelve un sentimiento de infinito, de incomprensión, de insignificancia; osadía de la cuál me aferro.

Periódico Por Esto! 1 de febrero de 2013. 

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