La literatura es un trabajo artesanal que obliga a sus adeptos a trabajar incontables horas sobre cada enunciado, en cada uno de los versos e ideas generales. La mayoría conoce la desesperación de carecer de las palabras adecuadas para expresar cada uno de nuestros pensamientos, lo cual se multiplica cuando redactas un texto para publicar o para leer ante un auditorio. Sin embargo, este punto es sólo el trabajo técnico de quienes escriben, cada una de nuestras palabras lleva cargada la vitalidad y la historia de las lecturas que el escritor hace a lo largo de su vida.
Generalmente escribimos para conversar a través del diálogo textual con los autores que descansan en el librero o para develar los engranes ocultos de los poemas o novelas, mientras que raras veces “platicamos” sobre los principales motores que mueven a un escritor, como es la honestidad literaria, la cual nos impulsa a mantener una literatura de compromiso hacia nuestros ideales estéticos y sociales.
Una de las claves para descubrir la belleza es la honestidad al momento de escribir, porque la palabra desnuda consciente e inconscientemente los motores que bombean la vena literaria. Uno de los escritores que comprendieron esa idea es Charles Bukowski en El Capitán Salió a Comer y los Marineros Tomaron el Barco, una autobiografía donde están plantados sus últimos días y sus reflexiones en torno a la estética, la literatura y la vida cotidiana. En el libro el autor descubre que pese al esfuerzo por conseguir una casa, un jacuzzi y un automóvil, la desesperación por reproducir la belleza permanece, por eso mismo la necesidad de escribir sobrevive a los embates de la vejez.
La honestidad obliga al escritor a reconocer que camina sobre la tinta de millares de libros, que después de haber leído todos los buenos libros, los próximos no ofrecerán el placer anhelado, por tanto, dice Bukowski, sólo resta empezar a escribirlos. Aunque admitir que nuestro siguiente desamparo literario es tan sólo el primer paso, porque faltaría encontrar la definición de belleza que perseguirían los textos.
Con el tiempo la certeza de haber leído todos los buenos libros crece hasta llegar a convertirse en verdad. Es en ese momento en que debemos reflexionar sobre el tipo de textos que queremos leer y comenzar a escribirlos, sin importar los muros que toda buena literatura debe escalar para sobrevivir.
Gran parte de los valores estéticos que los grandes escritores han forjado dependen de la honestidad al momento de sentarse escribir, de descubrir que las grietas por donde la vena literaria pulsa por salir hacia el papel son novedosos porque un acto de honestidad nos impide plagiarlos y convertirse en una copia más de un autor. Así como Álvaro Mutis devela en la Muerte del Estratega que conoció la desesperanza a través de los textos de Joseph Conrad, Drieu La Rochelle, André Malraux, Malcom Lowry y Fernando Pessoa, con ese primer paso honesto transformó ese conocimiento en algo nuevo, un personaje conocido como Maqroll el Gaviero, donde esas influencias gotean en sus venas sin marcar la cara con la cual deambula en el mundo literario.
Ese acto honesto demostrado por Mutis, es un acto heroico que muchos escritores emprenden y otros deberían de emprender en la actualidad, donde con un sólo clic las ideas y los artículos son plagiados, para lograr que la literatura trascienda. Sin embargo hasta con la honestidad debemos evitar los excesos, como le ocurrió a Joseph K. en la novela el Proceso, y acabemos solicitando un castigo por un crimen que no hemos cometido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario