domingo, octubre 03, 2010

TLATELOLCO: 2 DE OCTUBRE DE 1968, Óscar Oliva

El comandante responsable soy yo. No se decretará
el estado de sitio: México es un país donde la
libertad impera y seguirá imperando.

Conferencia de prensa del general
Marcelino García Barragán, secretario
de la Defensa Nacional, a unas horas
de producirse la matanza en la Plaza
de las Tres Culturas, Tlatelolco.

Los helicópteros han lanzado luces,
ojos abiertos suspendidos en el aire.
Siguiéndolos, yo les doy mi caída.
¿Qué es ese fragor, ese ruido de muchas aguas?
El avance de los soldados es delatado
por el golpeteo de los tacones de sus botas.
Soy uno de los primeros en caer. 


De Trabajo Ilegal (1984).


sábado, octubre 02, 2010

Esquirla calza empedrado, Tomás Ramos Rodríguez

Sangre zapato huérfano
fusil llora plaza
azufre sol
ecuación opresa

Cuello bala traspasa
respira edificio agita
estadio pancarta
humano sucumbe

Cajón hélice azota
milita bengala arroja
corazón lanza
explosiva bestia

Proyectil pañuelo blanco
concreto quijada parte
azteca metralla
obsidiana lengua

Olímpico génesis pudre
nuestra cultura toda
eléctrica tierra

Octubre


*De la antología Venturas, nubes y estridencias (2003). 


jueves, septiembre 23, 2010

Leyendo a Óscar Oliva, José Revueltas

De la muerte, no
Sálvenme de la vida
Sálvenme de mis ojos
Ya invadidos de gusanos,
De la herrumbre de mis huesos
Y del alma.

Atrás doctores, hechiceros, sacerdotes,
Oradores, ideologías en acecho:
De morir, no.
Sálvenme de la vida eterna,
De las cosas que toco y miro,
Sálvenme del amor y de mis
Padres muertos,
Sálvenme de este no-ser
En perpetua agonía.


José Revueltas[1]
Junio 14 – 1973
México.


[1] “Estado de sitio”. 



 

domingo, septiembre 12, 2010

Francesca Gargallo



Es este silencio de amor
Es un largo deseo que se transforma en espera y
                                                                 [muere
como cuando en la silla del caballo
buscaba al placer que no podía darme
                 -placer de sexo mezclado a viento
                                  trote de lo inexistente-
Era la silla de un caballo gris –amigo
al que hablaba-
mi necesidad sin amor
y la soledad, inevitable permanencia.



martes, septiembre 07, 2010

De los cuadernos de Juan Gelman...

 

Lluvia

hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/



 


 

lunes, septiembre 06, 2010

Juan Gelman...

La cosa

Bajo las líneas que aquí yacen
hay una criatura acostumbrada a combatir
contra el dolor, contra la muerte.

Tal vez por ello amó melodramas,
historias lamentables de sus contemporáneos,
con desesperación, como se dice.

Como un borracho lento caminó por las calles,
tambaleó sosteniendo el peso de la vida,
de su rostro sólo supo cómo ya no iba a ser.

Ese rostro besaba entre el oleaje de la noche.




 


viernes, septiembre 03, 2010

Lourdes Casal

Obra poética: Cuadernos de agosto (1968); Palabras juntan revolución (1981); Everyone Has Their Moncada: 10 Poems (1982).  

PARA ANA VELDFORD

Nunca el verano en Provincetown
y aún en esta tarde tan límpida
(tan poco usual para Nueva York)
es desde la ventana del autobús que contemplo
la serenidad de la hierba en el parque a lo largo de Riverside
y el desenfado de todos los veraneantes que descansan sobre ajadas frazadas
de los que juguetean con las bicicletas por los trillos.
Permanezco tan extranjera detrás del cristal protector
como en aquel invierno
-fin de semana inesperado-
cuando enfrenté por primera vez la nieve de Vermont
y sin embargo, Nueva York es mi casa.
Soy ferozmente leal a esta adquirida patria chica.
Por Nueva York soy extranjera ya en cualquier otra parte,
fiero orgullo de los perfumes que nos asaltan por cualquier calle del West
Side.
Marihuana y olor a cerveza
y el tufo de orines de perro
y la salvaje citalidad de Santana
descendiendo sobre nosotros
desde una bocina que truena improbablemente balanceada sobre una escalera
            de incendios,
la gloria ruidosa de Nueva York en verano,
el Parque Central y nosotros,
los pobres,
que hemos heredado el lado del lado norte,
y Harlem rema en la laxitud de esta tarde morosa.
 El autobús se desliza perezosamente
hacia abajo, por la Quinta Avenida;
y frente a mí el joven barbudo
que carga una pila enorme de libros de la Biblioteca Pública
Y parece como si se pudiera tocar el verano en la frente sudorosa del
            ciclista
que viaja agarrado de mi ventanilla.
Pero Nueva York no fue la ciudad de mi infancia,
no fue aquí que adquirí las primeras certidumbres,
no está aquí el rincón de mi primera caída,
ni el silbido lacerante que marcaba las noches.
Por eso siempre permaneceré al margen,
una extraña entre las piedras,
aun bajo el sol amable de este día de verano,
como ya para siempre permaneceré extranjera,
aun cuando regrese a la ciudad de mi infancia,
cargo esta marginalidad inmune a todos los retornos,
demasiado habanera para ser newyorkina,
demasiado newyorkina para ser,
-aun volver a ser-
cualquier otra cosa.





lunes, junio 28, 2010

Los Gatos

Tomás Ramos


He escuchado como el abismo del agua se precipita sobre cuerpos nuevos bautizándolos con frío. Desierto de voces y siluetas en la mismidad del tiempo. Todo transcurrir parece igual ante la sorda respuesta de tus palabras. Monólogo en que combatimos heridos de vida, sintiendo como la noche se desliza por tu cuarto para alcanzarme a saber cómo estás en el lado del lecho que abandoné al alejarme de tu corazón. El camino apresurado que revienta como error ante el comerse el mundo. Seguir sin saber porque uno tiene que esperar el despertador al día siguiente para mal comer, no desayunar, continuar estoico trabajador hasta la hora nueva en que espero una sonrisa cruzarse con mi insignificancia ante el horizonte de palabras ciegas, deslumbramiento que producen las sombras ante tanto ruido democratizado. Olores a mar me llegan en el nocturno tiempo de la caricia. Olas se aparecen por mi espalda evocando tus labios perdidos ingenuamente. Mía en esa cama donde las vestiduras maullaron para despojarse de los miedos en ese lejano hotel de Juárez. 


Para hacerte mía tuve que ser tuyo. Para hacerme tuyo tuve que pronunciar tus ojos envueltos por tu sombra. Figura mía que se desvanece porque los años se acumulan. Recuerdo fijo, inamovible cuando amanece; los autos aún fríos se mueven, los trabajadores pasan en sus camiones a recoger la gasolina para transitar más horas en el frío; el sol avecinando en las montañas, mientras lentamente se asoma para enfriar más el día en la ventana de mi cocina. Estas caricias tuyas recorren los poros de mi memoria. Estas caricias se aposentan en la taza de café caliente que emana aire tibio. Estas caricias tuyas recorren mis recuerdos bajo los árboles mezclándonos en el sudor y sigilo. Caricias tuyas bajo tus largas manos que presumen los anillos insurrectos que me visitan en cada fotografía tuya. Largas caricias bajo la mano del tiempo que me reduce a ti y a que no estás conmigo. Lamento que me persigue mientras sorbo otro trago, mientras mis pensamientos siguen indetenibles retrasando la hora de tomar los libros y vestirme y partir hacia el aula orando porque no nieve de la casa al edificio. 


Manos que se estiran firmes las calcetas térmicas, los suéteres y el abrigo. Manos que se deslizan por telas extrañas nunca necesitadas cuando tu piel fue la que se rozaba conmigo. Manos que se quedaron en un pasado para abrigar ahora sinónimos de lo que antes de ti recibieron. Manos que se han quedado para descifrar recuerdos a tu lado en los teatros, tomándote de la mano mientras en el calor más intenso, no podía enfriar ese llamado negro de tus latidos. 


Publicado en "Solaluna Revista" en: http://solalunarevista.com/?p=390