jueves, septiembre 23, 2010

Leyendo a Óscar Oliva, José Revueltas

De la muerte, no
Sálvenme de la vida
Sálvenme de mis ojos
Ya invadidos de gusanos,
De la herrumbre de mis huesos
Y del alma.

Atrás doctores, hechiceros, sacerdotes,
Oradores, ideologías en acecho:
De morir, no.
Sálvenme de la vida eterna,
De las cosas que toco y miro,
Sálvenme del amor y de mis
Padres muertos,
Sálvenme de este no-ser
En perpetua agonía.


José Revueltas[1]
Junio 14 – 1973
México.


[1] “Estado de sitio”. 



 

domingo, septiembre 12, 2010

Francesca Gargallo



Es este silencio de amor
Es un largo deseo que se transforma en espera y
                                                                 [muere
como cuando en la silla del caballo
buscaba al placer que no podía darme
                 -placer de sexo mezclado a viento
                                  trote de lo inexistente-
Era la silla de un caballo gris –amigo
al que hablaba-
mi necesidad sin amor
y la soledad, inevitable permanencia.



martes, septiembre 07, 2010

De los cuadernos de Juan Gelman...

 

Lluvia

hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/



 


 

lunes, septiembre 06, 2010

Juan Gelman...

La cosa

Bajo las líneas que aquí yacen
hay una criatura acostumbrada a combatir
contra el dolor, contra la muerte.

Tal vez por ello amó melodramas,
historias lamentables de sus contemporáneos,
con desesperación, como se dice.

Como un borracho lento caminó por las calles,
tambaleó sosteniendo el peso de la vida,
de su rostro sólo supo cómo ya no iba a ser.

Ese rostro besaba entre el oleaje de la noche.




 


viernes, septiembre 03, 2010

Lourdes Casal

Obra poética: Cuadernos de agosto (1968); Palabras juntan revolución (1981); Everyone Has Their Moncada: 10 Poems (1982).  

PARA ANA VELDFORD

Nunca el verano en Provincetown
y aún en esta tarde tan límpida
(tan poco usual para Nueva York)
es desde la ventana del autobús que contemplo
la serenidad de la hierba en el parque a lo largo de Riverside
y el desenfado de todos los veraneantes que descansan sobre ajadas frazadas
de los que juguetean con las bicicletas por los trillos.
Permanezco tan extranjera detrás del cristal protector
como en aquel invierno
-fin de semana inesperado-
cuando enfrenté por primera vez la nieve de Vermont
y sin embargo, Nueva York es mi casa.
Soy ferozmente leal a esta adquirida patria chica.
Por Nueva York soy extranjera ya en cualquier otra parte,
fiero orgullo de los perfumes que nos asaltan por cualquier calle del West
Side.
Marihuana y olor a cerveza
y el tufo de orines de perro
y la salvaje citalidad de Santana
descendiendo sobre nosotros
desde una bocina que truena improbablemente balanceada sobre una escalera
            de incendios,
la gloria ruidosa de Nueva York en verano,
el Parque Central y nosotros,
los pobres,
que hemos heredado el lado del lado norte,
y Harlem rema en la laxitud de esta tarde morosa.
 El autobús se desliza perezosamente
hacia abajo, por la Quinta Avenida;
y frente a mí el joven barbudo
que carga una pila enorme de libros de la Biblioteca Pública
Y parece como si se pudiera tocar el verano en la frente sudorosa del
            ciclista
que viaja agarrado de mi ventanilla.
Pero Nueva York no fue la ciudad de mi infancia,
no fue aquí que adquirí las primeras certidumbres,
no está aquí el rincón de mi primera caída,
ni el silbido lacerante que marcaba las noches.
Por eso siempre permaneceré al margen,
una extraña entre las piedras,
aun bajo el sol amable de este día de verano,
como ya para siempre permaneceré extranjera,
aun cuando regrese a la ciudad de mi infancia,
cargo esta marginalidad inmune a todos los retornos,
demasiado habanera para ser newyorkina,
demasiado newyorkina para ser,
-aun volver a ser-
cualquier otra cosa.