viernes, mayo 12, 2006

Mis últimos días con Pedro Infante

Nunca se deja de extrañar a quien se ama. Y después de tanto silencio, viene a llenarse todo con el ruido de la gente a mi alrededor. Vuelvo a pensar en Pedro. Vuelvo a leer de él. Vuelvo a leer lo que escribí de él. Termino por desconocerme, como sucede cuando despierto después de varios días de estar confundido. Pienso que llega el final de lo que siempre pospongo. Me pospongo a mí ante todas las responsabilidades. Mi tesis llegó a su final. Si tengo remedio. Despierto me voy con mis dictámenes. Repaso, y en el café me sorprende la voz de Pedro en una canción ranchera. Como cuando canta en el Gavilán Pollero, cuando siente que le han arrancado las garras. Grita. Yo grito. Nadie lo ve. Abro la tesis nuevamente y le digo, has vuelto a aparecer. Mis ojos se proyectan hacia la calle porque me llama la atención un cliente norteamericano de facciones latinas que pide más café, bastante arrogante. Despierto con los dictámenes que acabo de leer, recuerdo las noticias. Pedro sigue cantando desgarradoramente alrededor de las calurosas esquinas de la Flor de Santiago. Pido más café para despertar la voz que adormilada reposa en mi garganta. Pedro continúa. Yo tengo que ir al baño. Orino. Me lavo la cara. Regreso. Cuando regreso descubro que ese hombre sigue comiendo. Miro mis manos y no puedo sacar ningún libro más. Solo me quedo con la tesis, así como si solamente quisiera quedarme con Pedro. Como buscando ese espacio en el que pudiera sentir que le estoy haciendo justicia, homenaje. Pero cualquier cosa que yo haga termina por parecer algo muy menor comparado con lo que cualquier fan pudiera hacerle sentir. Mientras caía, el veía el suelo de Yucatán acercarse seguramente muy caliente hacia sus ojos. Fue en el mes de abril. Estamos en el mes de mayo. Seguramente sus ojos fueron mas intensos que nunca mientras se incendiaba. Más que cuando miraba a las personas cuando las personas lo miraban en el cine. Con mas fuego que cuando miraba a la mujer que amaba. Pero con el fuego más intenso cuando se daba cuenta que se le consumía la vida que tanto quería, aquí, en las piedras calientes de Yucatán. Cincuenta años más tarde, me encuentro aquí, repasando mis escritos, y escribiendo nuevamente, y pensando como escribir otra vez quien fue. No quiero dejar de escribir de el aunque nunca diga nada. Aunque nunca escriba algo como si fuera un fan, y mas bien como si el fuera mi pretexto para escribir o escuchar sus canciones. Me gusta mucho escuchar sus canciones, y me gusta mucho escucharlo desgarrarse. Aunque nunca tomara alcohol, sabía desgarrarse muy bien. Y sabía muy bien que la gente quisiera desgarrarse como el mismo lo hacía. Así, de pronto, así muy aguardientemente. Aunque el no tomara una gota de alcohol. Eso no quiere decir que las personas que lo escuchan y lo escucharon no quieran hacerlo. Cuando lo escucho en la Flor de Santiago y repaso mi tesis, sus libros, su novela; imagino como fue desgarrándose en ese avión que a nadie le gusta recordar. Cayendo por el cielo yucateco, sorprendiendo a cualquier familia en el rumbo donde cayó. Por eso su mirada fija, en la estatua hecha de llaves que se encuentra cerca del sitio donde fue el final de su vuelo, esta muy grabada en mi mirada, esa mirada suya hecha de llaves derretidas y de fuegos negros. Encontrando los míos en los suyos, como cuando el avión caía, perdidos, perdido, perdiéndose en el fuego, como yo, como cuando camino nuevamente hacia el centro, pensando quizá, cuando será como el suyo, mi encuentro.