miércoles, febrero 12, 2014

Letrilla, Tomás Ramos Rodríguez




 
La poesía es el arma
donde la noche traza,
el coral de la marea
rumiando su andar terco.

El sur es una daga
terso como la hoja, si,
como labiales deseos
augurando la boca.

Isla de agua, loca,
trigueña porcelana,
teología de sirena,
rama, diente, cabello.

Polen, nube, lucero;
alas por la música
temiendo la terrible
agonía, pulso, muerte.


Periódico Por Esto! 17 de Julio de 2013.  


 

Amor que se cultiva con la muerte...

Tomás Ramos Rodríguez

Amor que se cultiva con la muerte,
agita el blanco que se torna ciego,
alma inerte caminando en hielo,
amor, escandalizas continentes.

Trocando el vuelo cual festiva eñe,
temblorosa boca de andar insecto,
tiñes persa flamante terciopelo,
convocas la tarde, la amante verde.

Poesía, claroscura sombra amas,
sobre la piel tu pulgar deriva,
agilizas el drama con la calma.

Amor, promesas, cadenas, cultivas,
escandaliza Caronte su balsa,
siendo amar muerte, la nada herida.

Periódico Por Esto! 11 de Julio de 2013. 


Entendiendo la literatura

Tomás Ramos Rodríguez

Escribir es combatir, boca a boca, el testimonio de lo vivido por el cuerpo. Silencio y metralla, selva y espuma.

Escribir nos lleva hasta la memoria allá donde el hombre no recuerda.

Escribir nos lleva hasta donde la memoria se cansa de recordar, donde aún no hubo registro ni documentos, donde no existió una escritura cuando todavía no existía la historia.

Escribir es un lazo indescriptible, una comunicación musical en que no importan o significan demasiado lo actos sufridos por el cuerpo cuando la memoria los transforma, cuando el recuerdo acude al presente para dejar una huella material de lo recordado al modo en que queremos hacerlo.

En la escritura no hay castigo, sino aceptación y comprensión. Entendimiento y una nueva charla que surgirá del perdón. La moral que continuamente nos cruje los huesos, nos muerde hasta desaparecer toda voluntad y, en el caso de Yucatán, las ganas de vivir.

No habrá vida mientras no haya en nosotros autocompasión. Tenemos que aprender a perdonarnos, solo así podremos vivir más plenamente, en plenitud, haciéndonos a un lado todo lo que nos aflige, incluso, las ganas de desaparecer.

A veces deseamos morir porque tenemos una experiencia vital muy intensa. Esa intensidad, hay que dosificarla para después entenderla. Ante esto hay que aprender que no estamos solos aunque vivamos solitariamente pero, con los demás, siempre estaremos juntos. Y las personas que menos pensamos e imaginamos, son las que nos asombran con la sorpresa del amor.

Del mismo modo, los sujetos literarios que encontramos en los libros son una manera de hablar con nosotros mismos.

Leer es regresar a nuestros acontecimientos personales o visitar futuros escenarios donde quisiéramos vernos retratados. Nunca nos enfocaremos en el presente pues, en mi caso, es un acto de despersonalización por medio del hecho de imaginar. No es enajenación sino un diálogo conmigo mismo, una fuente comunicativa que me lleva a entender el presente con la reflexión y reestructuración de los hechos que haya vivido en el pasado y, los que posiblemente, llegue a vivir en el futuro.

Leer literatura es el profundo y secreto arte de encontrarse con uno mismo.

Periódico Por Esto! 1 de Julio de 2013. 





La usurpación de la materia

Tomás Ramos Rodríguez

El escritor, efectivamente, también escribe la historia. Surge el sujeto literario como un error lingüístico, como una escritura forzada y anticanónica, que existe como “el no debiera estar aquí”; cuando a la escritura no hay que juzgarla, sino hay que compartirle nuestros secretos. Hay que preguntarle su origen, si la materia de la que nació fue el amor. Mario Benedetti supo de eso. Por eso su mirada se llenaba, diariamente, de rocío material.

La poesía vive en el verso y, es cierto, en las palabras; pero esa, para que vibre debe estar compuesta de materia y de sustancia. La poesía no solamente vive en el vicioso endecasílabo, musical y facilón, que algunas ocasiones es un estigma en el que muchos poetas caen, pues utilizan esta licencia poética para lograr una musicalidad agradable al oído y repiten como fórmula, alejando su poema –hecho éste, es cierto, de palabras– de una materia humana que permita abrir las dimensiones del significado en el poema a un universo mucho mayor.

Hagamos de cuenta que tenemos una nieve de limón; o sea, esta es una nieve con sabor, una nieve que no es nieve natural debido a su condición de frescura saborizada, no pura, pero en su artificio pervive llena de sabores con sus colores antinaturales. Como el ritmo poético, esta nieve de limón, es una composición semántica que está compuesta de sonidos que se modifican con la intervención verbal y el orden gramatical de la lengua, así como con sus calificativos, pronombres, etc. Sí, son palabras, pero estas palabras son dirigidas por un orden que se establece desde la gramática que rige las reglas con que se produce determinada lengua que modifica nuestro entorno, cuando elige palabras diferentes de acuerdo a la condición social, cultural y política, desde la cuál estamos hablando.

La poesía, entonces, es una forma de musicalizar y multiplicar el universo de sentidos del habla, donde nuestra lengua y signos gestuales comunican nuestro entendimiento y relación diaria con las cosas que nos rodean. Uno de los artes más increíbles que un poeta puede manejar es el curso que puede darle a los significados de las palabras que cotidianamente usa de una forma, para que pueda cambiarles ese sentido a otro diferente que vive como unidad dentro de una obra de arte.

Este arte de la mentira es también comunicar; versar comunicará musicalmente el sonido de la memoria, la abstracción de nuestra historia bajo el universo de los significados de las cosas.

El verso es un artificio de sonidos falsos, es un sonido proveniente de la imaginación verbal, un conjunto de sonidos creados que al ejecutarse con la voz, así como cuando ejecutamos una canción con una guitarra. Versos con métrica, como en la poesía barroca y clásica con sus rimas, produciendo una materia.

Pero todos quieren hablar de poesía, ser artistas, poetas, hasta quienes no lo son. Muchos quieren ser profesionales u orfebres del verso, de la materia del mensaje, aunque no conjuguen en el habla diaria de manera adecuada un verbo. Entre ellos encontramos muchos artistas postmodernos, postmodernistas, paramodernos, metamodernos, antemodernos, inversomodernos y hasta “anverso” modernos, que andan emitiendo mensajes arbitrarios sin una red de significados que le den coherencia a lo emitido; o sea, mensajes sin mensaje.

Periódico Por Esto! 28 de Junio de 2013. 









Bravuconerías

Tomás Ramos Rodríguez

Estimado Manuel Álvarez Gato:

Aproximadamente hace 10 años, después de darle inicio a nuestra amistad, empezamos a reunirnos en los cafés citadinos. Caminábamos por las calles de Mérida pensando en los atardeceres cuando era de noche; cuando era de día, pensábamos nuevamente en la noche. Hoy es nuevamente el aire, adverbio modificando el verbo, nuevamente la charla y la tertulia, nuevamente la literatura pero sin las redes sociales.

Lo mejor al escribir contigo ha sido trascender talleres literarios, pelafustanerías y pirómanos disfrazados de lenguajes barrocos; nunca han enunciado el canto positivo de la angustia, aunque disfrazan de heroísmo el dolor de pecho y la desesperación. La literatura no es angustia mocha, sino tonalidades deslumbrantes que se abren ante nuestros ojos.

¿Sabes? Pensaba en el tapón, creo que muchos necesitan tapar el boquete. Paquetes por doquier, hasta en el café de olla y en el oráculo del menú. Pienso en la cartografía caníbal, el Che tomando mate y en las hazañas de Jimbo y el Cachaco en los bordes de la frontera.

¿Sabes que viví 2 años en la frontera de Ciudad Juárez y El Paso, Tejas? Viví en las entrañas indígenas de Nuevo México; ahí tuve una casa, un conejo que hablaba con la luna. La casa avizoraba en la ventana las tardes frescas con un rojo sol, por los inviernos nieve con frío, que se mantenía hasta por 2 semanas sin derretirse de la cornisa, tal como sucedió en Boston donde recuerdo las heladas praderas de la noche. Ahí leí Caliban y descubrí que poseo el lenguaje del amo.

Pienso que reflexionemos en lo que hace unos días el Dr. Gaspar Baquedano escribió bajo el título de MEDIOCRIDADES: “Rechazamos lo que no es afín a nosotros, lo que es diferente, distinto y diverso porque de alguna manera, nuestra posición egocéntrica se siente amenazada con lo que no es igual, parecido o conocido. Atacamos y descalificamos con rabia lo que no es como nosotros, al que no ve las cosas como creemos que son, a quien se atreva a presentarnos una imagen del mundo que se escapa de los rígidos y estrechos márgenes de nuestro autoritarismo.”

Ese “nosotros” donde se encuentra reflejada la sociedad es la que nos rechazará, siempre ha sido así, por pensar de manera diferente a como lo hacen los demás. Dentro de este parámetro se encuentra, por supuesto, la cultura, el arte y la literatura. Pasemos a otra página, sigamos escribiendo la visión que portamos ante quienes no la entienden y, no quieren entender, bajo la enorme capa del ego y el autoritarismo. Ellos serán alcanzados por su destino, tarde o temprano, pero dentro de poco.

Hace 10 años las guitarras nos sorprendían en la madrugada, leíamos los poemas que ayer tanto nos inspiraron, nos reuníamos en los cafés todos los días, nos incendiaba la avenida y el tránsito de los autos pasando, las parejas amándose cuando aún no existían los celulares. Recuerdo el teléfono público afuera de mi casa en la avenida, alrededor del cuál los amigos nos quedábamos a contar historias sobre el amor. Aquel amor, junto al teléfono, que tan solo unos días nos había abandonado para siempre.

Atentamente:
Jimbo “El Tomate” Jones.
Desde la Finiquera, en la Nazizona, en el corazón de Aztlán.

P.D.1. ¿Y la literatura, otra vez, cuando?
P.D.2. La literatura es un mar que, como lenguaje, en sí misma se desborda.

Periódico Por Esto! 3 de mayo de 2013. 


The only people for me are the mad ones...


martes, febrero 11, 2014

Mis últimos días con Pedro Infante

Tomás Ramos Rodríguez

Nunca se deja de extrañar a quien se ama. Y después de tanto silencio, viene a llenarse todo con el ruido de la gente a mi alrededor. Vuelvo a pensar en Pedro Infante, vuelvo a leer de él. Vuelvo a leer lo que escribí de él. Termino por desconcertarme, como sucede cuando despierto después de varios días de estar escribiendo. Repasando un café en la Flor de Santiago, me sorprende la voz de Pedro Infante en una canción ranchera; como cuando canta en el Gavilán Pollero, cuando siente que le arrancaron las garras. Grita. Yo grito. Nadie lo ve. Abro mi libro nuevamente y le digo, has vuelto a aparecer. Mis ojos se proyectan hacia la calle porque me llama la atención un cliente norteamericano de facciones latinas que pide más café, bastante arrogante. Despierto con los dictámenes que acabo de leer, recuerdo las noticias. Pedro Infante sigue cantando desgarradoramente alrededor de las calurosas esquinas de la Flor de Santiago. Pido más café para despertar la voz que adormilada reposa en mi garganta. Pedro Infante continua en la radio. Yo tengo que ir al baño: orino: me lavo la cara: regreso. Cuando regreso descubro que ese hombre extranjero sigue comiendo. Miro mis manos y no puedo sacar ningún libro más. Sólo me quedo con la canción, así como si solamente quisiera quedarme con Pedro Infante. Como buscando ese espacio en el que pudiera sentir que le estoy haciendo justicia, homenaje. Pero cualquier cosa que yo haga, termina por parecer algo muy menor comparado con lo que cualquier fan pudiera hacerle sentir. Mientras caía, él veía el suelo de Mérida acercarse seguramente muy caliente hacia sus ojos.

Fue en el mes de abril, en un mes como éste. Seguramente sus ojos fueron más intensos que nunca mientras el vuelo se incendiaba. Más que cuando miraba fijamente a las personas, cuando estas lo miraban cantar en el cine. Con más fuego, incluso, que cuando miraba a la mujer que amaba en la pantalla de cine o la pantalla de la vida real. Pero caía con un fuego más intenso, cuando se daba cuenta que se le consumía la vida que tanto quería, aquí, en las piedras calientes de Yucatán. Cincuenta años más tarde, me encuentro aquí, repasando mis escritos y escribiendo nuevamente, y pensando como escribir otra vez quien fue. No quiero dejar de escribir de él aunque nunca diga nada. Aunque nunca escriba algo como si fuera un fan y, mas bien, como si el fuera mi pretexto para escribir o escuchar sus canciones. Me gusta mucho escuchar sus canciones, y me gusta mucho escucharlo desgarrarse. Aunque nunca tomara alcohol, sabía desgarrarse la voz muy bien. Y sabía muy bien que a la gente le hubiera gustado desgarrarse como el mismo lo hacía. Así, de pronto, así muy aguardientemente. Aunque él no tomara una gota de alcohol. Eso no quiere decir que las personas que lo escuchan y lo escucharon no quieran hacerlo.

Cuando lo escucho en la radio de la Flor de Santiago y repaso Por el amor de Pedro Infante de Denise Chávez, en la novela que fue su vida, imagino como fue desgarrándose y destartalándose ese avión que cayó del cielo y al que nadie le gusta recordar. Cayendo por el cielo yucateco como una antorcha enloquecida, sorprendiendo a las familias de la colonia donde cayó como una bola de fuego. Por eso, su mirada fija, en la estatua hecha de llaves donadas, que se encuentra cerca del sitio donde fue el final de su vuelo, esta muy grabada en mi mirada, esa mirada suya hecha de llaves derretidas y de fuego oscuro. Encontrando mis ojos como los suyos, como cuando el avión caía, perdidos, perdido, perdiéndose en el fuego; como yo, perdido en el fuego de Mérida, cuando camino nuevamente a la Catedral. Pensando quizá, cuando será como el suyo, mi encuentro.

Periódico Por Esto! 11 de abril de 2013. 

Ella

Tomás Ramos Rodríguez

Los mariachis callaron…
de mi mano sin fuerza
cayó mi copa
sin darme cuenta
“Ella”, Pedro Infante.

Siempre mirando la pulsera y el reloj. Siempre mirando las mismas horas moverse por mi muñeca evocando el café Baktún o una palabra del camarada en el rincón del salón de clase, leyendo “La Insoportable Levedad del Ser” de Milán Kundera. Nuestros amigos sumergidos en la Flor de Santiago y los minutos impacientes. ¿Cuál fue el itinerario Capitán de la plataforma oscurecida de la nada? Las clases de semiótica fueron la opción para nuestros navíos; los versos, la pluma y la furia, en los poemas que no se podían concretar. Sin embargo, en la noche siguiente a aquel huracán destructor fuimos tan solo por otra taza de café. Siempre el café y el cigarro en nuestras muertes, y recorrimos los salones universitarios buscando la respuesta en los suicidas. Los ayeres de hoy no son los mismos ayeres en que nos comunicábamos con notas secretas. Los amores y la cerveza, los amores y las vueltas por Mérida, los amores y aún anhelando lo que había dejado de pertenecernos

Giramos en nuestros suicidios, filo y demonios en los lápices; en basura que se acumula en el cristal que ahora miro y no aguarda un callejón, sino estudiantes con mochilas olvidadas de ser humanas. Solo importa el tiempo y cuando la próxima comida. Solo importa el que sigue, el quien vive, el ardor del frío fuego desértico calcinándonos la garganta y los pulmones al cumplir al otro lado del pupitre. Hoy represento a quien nosotros admirábamos empuñando tan solo un signo, para darnos todas las respuestas de las preguntas que nos hundían más. Al despertar, abrir los ojos no es cosa fácil. Abrir los ojos con tanta violencia es algo para lo que nunca te preparan. Desde la soledad he invocado miedos, muchos miedos, algunos de ellos prehistóricos. Miedos donde persigo toda la añoranza de isla que soy contenida en esta taza. Si antes fue la maldita circunstancia del agua por todas partes, si fue la maldita circunstancia de la lluvia que me obligaba a sentarme en la mesa del café, hoy la maldita circunstancia de la arena me obliga a no moverme y a solidarizarme con cualquier extraño al cual injustamente llamo: mi amigo.

Sobrevivir las arenas blancas, la frontera México-Estados Unidos y su denso aire, te hace sentir una nostalgia insoportable por todos los que se quedaron. Hasta quien se quedó en el tiempo y el recuerdo, en el pasado de lluvias y caroles humectantes que no parecen existir más en este cuadrante. Las montañas emergen con su violencia fraticida, se imponen los colores rojos ante la inconsecuencia de la espuma y los verdes selváticos que se quedaron tan atrás. Yo rezo “Bendíceme, Última”, como Rudy Anaya, para que no se olvide de nuestra raza aquí en la frontera, de pie y mirando fríamente los miles de rostros que he cruzado en el puente con miles de rostros como el mío, que hablan múltiples lenguas en esta Babel reforzada con muros de acero.

Cercas con púas, miras telescópicas, francotiradores, puentes, patrullas, menesterosos fronterizos, prostitutas, un loco gritándome desde abajo del puente, dos rostros esposados por la sospecha de ser ilegales, dos rostros que son iguales a mi rostro en la puta impotencia de aguantar la vejación por la necesidad, un loco gritándome desde abajo del puente, por el dinero, el trabajo seguro, un loco gritándome desde abajo del puente, la cerveza, la música, el tequila, un hombre golpeado, las norteñas, las rancheras, los tarahumaras, gritándome desde abajo del puente, las tiendas fronterizas, caminan recuerdos de diosas por el Parque de las Américas en mi frente, la espalda de esa mujer y su belleza, por mi frente, un pequeño mensaje de papel en mis manos… Amo a los locos, a los pordioseros, a la familia golpeada por la policía; amo a las familias que no son mi familia pero que son como mi familia, a las que les grito: “a ustedes les amo”, en este poema que, silencioso, camina conmigo. 

En el puente Santa Fe, en la frontera México-Estados Unidos de Ciudad Juárez con El Paso, Texas, en la breve animación que lo sostiene, el poeta Agustín García Delgado en su poema dice….

“Aunque el amor es accidente y contingencia, 
aunque el amor es incierto, nebuloso, 
yo no quiero que falten uno ni otro:
quiero vino y amor, 
beber y amar
hasta que estalle.”

Querido Agustín, con tan solo leerte a vivir me enseñas. Vivir es tan solo vivir cuando se goza. Vivir tan solo vale la pena cuando se vive y se gozan los secretos más intensos frente al frío que reprime el aliento cálido evaporándolo en escaso rumor. ¿Será que yo también me estoy escapando en él? ¿Que yo también me disuelvo? ¿Que yo también me evaporo? ¿Que yo también soy otra imagen en la sordidez de la frontera donde el discurso de “la buena fe” carece de significado y sencillamente a nadie importa? ¿Cuál es la nota? ¿Cuál será la voz? ¿Cuál será el canto? ¿El que hablará por mí para interpretar, denunciar tanta vileza, tanta hipocresía? ¿Será que mi vida cae cuando siento crecer este límite que todo desenmascara, que me muestra su verdadero rostro cuando tomo una cerveza apuntando con ella hacia los rayos infrarrojos de la antena militar que me irradia?

Antes de bajar el brazo siento que caigo. Apenas despedazado por cientos de cosas inútiles.

Periódico Por Esto! 31 de marzo de 2013. 

El cielo

Tomás Ramos Rodríguez

Las últimas semanas me descubro ensoñando por la casa. Enciendo la radio, y voy pasando por las estaciones de radio de la frontera México-Estados Unidos. Escucho jazz, algo de country, noticias en español, hasta llegar a la estación de música clásica que me hace recordar las noches de Bukowski luchando por sacarse unas buenas líneas frente a su monitor de Mac. Pero yo, un yucateco en la frontera estadounidense, no puedo emular al Gran Chinaski ni acercarme a él. La música es algo necesario para compensar estos vacíos en que el alma se queda flotando, en tan sólo unas notas luego de una corta semana con tanto trabajar. Los meses son pocos, pero los días trabajando son tan largos y con mucha profundidad. Las horas duran poco y, las que duran poco, terminan siendo más largas a las que no se piensan. Sueño donde los días, donde las horas, donde los amores eran mas fáciles, sin pensarse tanto.

Cambio de estación, estoy escuchando Órbita Radio de Ciudad Juárez. Renzo, el locutor frente a los controles nos manda muchos saludos a todos los radioescuchas. Horas de rock, muchas horas de rock con las bandas de metal de Ciudad Juárez. Y paso horas en la casa, en esta pequeña y secreta casa para dos personas en Milton y College, donde estaré este último semestre antes de graduarme en Las Cruces. 

Los juarences -pienso- no tienen problema en escuchar la música que les gusta, en disfrutar la vida en cada canción. En este horario vamos pasando por Black Sabbath y Ozzy Osbourne, La Barranca, La Cuca, Luzbel hasta los Aterciopelados y Babasónicos. Cada sábado espero con ansia el fin de semana para estar en casa libre con libros a la mano, después encender la radio y dejar que el destino me sorprenda programando “Black” de Pearl Jam, mientras Henry Miller, Richard Rodríguez, Faulkner junto con Onetti, me esperan para ser leídos. Frente a mí, desde la mesa de un comedor que es más grande que la sala, en la ventana, ahí afuera, el cielo de Nuevo México. Tan azul, tan rojo, tan amarillo, tan púrpura, que las nubes no dejan de pasar alucinándome con su interminable cambio de colores y de formas con las nubes, vociferando olas de mar desde los decibeles que me invaden con los Doors, los Beatles y Rata Blanca. Renzo habla de la violencia de Juárez, de los militares, del tránsito, de que le han vaciado el auto por segunda vez en el último mes afuera de la estación, mientras llevaba a cabo su tarea de llevar un poquito de felicidad a todos los que estamos encerrados y el fin de semana no salimos de noche. Pero empieza otra canción, y ya no importa nada, porque ha llegado la fantasía y ya no importa si afuera están pasando cosas. Lo importante es sentirnos vivos. Viviendo, bebiendo y seguir escuchando música. Enamorándonos, amándonos por las calles de Juárez, recorriendo las bibliotecas, la 16 de septiembre o tan sólo ir por otra nieve al Burunda, donde por última vez sentí yo tu amor, de frente a tus labios y tu cuerpo.

Azul… mil formas precipitadas giran afuera y se nos vienen encima. Las 2 de la tarde y aún sigo con la ropa con que dormí. Hace frío. Luego de calentar agua en la tetera regreso a la realidad cuando el pitido que suelta violento vapor me sorprende. Entonces empiezo a tararear una música de bolero, empiezo a tararear un viejo bolero de Agustín Lara. No puedo dejar de pensar en ella, aun sigue siendo un fantasma. Como dice Manuel Tejada, “ella es un fantasma”. 

El árbol afuera en el patio de adelante no tiene hojas. Me deja mirar el amarillo del aire detrás suyo mientras me sirvo un té de menta (Mint Tea).

Regreso a la mesa cuando repaso la actitud del autor hacia el héroe en la estética de la creación verbal de Bajtin, pienso en su exilio en Siberia leyendo Gargantúa y Pantagruel. Pienso en la interpretación de la obra, en su vida y en qué música escuchaba mientras leía. Pienso en Dostoievski, en el círculo de Praga, y en los libros que no puedo leer. Pienso también en Dickens, en Poe, y en mis libros que se quedaron en Mérida y no puedo leer. Pushkin, Tolstoi, Balzac. Víctor Hugo, también Stendhal.

Pero también pienso en Silvio Rodríguez, Andrés Calamaro, Gustavo Cerati, Soda Stereo, Los Languis, José José y Juan Gabriel; Agustín Lara aparece con otro bolero, al igual que Daniel Santos y Chabuca Granda. Aparecen también Rubén Blades y Totó la Momposina. La teoría es un bolero en la boca de una mujer que apenas nos percibe y se percata de nuestro sufrimiento. La teoría es un hombro añorado por el amor donde el cuál recostarse, decirte no me extrañes y dormirse.

Pienso en los poemas en prosa de Baudelaire y la diferencia con la prosa poética, en los cambios de registros. Pienso en los poetas malditos. Pienso en Rimbaud: “Soy un inventor cuyos méritos difieren en mucho de los de todos aquellos que me precedieron; soy incluso un músico que ha encontrado algo así como la clave del amor…”. Pienso en los poetas simbolistas y parnasianistas. Pienso en la antítesis, el hipérbaton, la sinestesia y la sinécdoque. Pienso en los cortes de verso en los alejandrinos de Darío (hemistiquios). Pienso en ti. Pienso en el mar.

Repaso artículos y sustantivos en francés. Siento hambre. Son las 4 de la tarde y me he retrasado para salir. La tarde es amarilla y naranja detrás el árbol sin hojas. Miro la veleta sin moverse; el cielo se ha vuelto color magenta junto con un rojo escarlata en que se diluye mientras el día se despide. Falta mucho para la hora nacional. Renzo sigue poniendo más canciones y no ha vuelto a dar malas noticias; por ejemplo, cuando contamos cuantos ejecutados llevan hoy. Miro mi cuarto y hay cuatro paredes que no me hablan. Más maletas, más libros, más sábanas revueltas. No tengo ganas de perderme esto, quiero seguir dentro de mí.

Mi teléfono me observa. Cuando reviso ha timbrado varias veces y no respondí a ninguna llamada. Pero el sonido de las palabras dentro de mí fue tan fuerte que apenas pude percatarme de otras cosas además de su propia música. Pienso otra vez en los retratos. Sus acordes, sus notas, su cuerpo corre por mis dedos aun instalado en mi memoria. Recorro a la perfección las canciones. No ha pasado entonces nada aun. Solamente ha llegado la luna, que un niño y una niña observan desde el techo de su casa, mientras su madre extiende las sábanas de su cama, antes de cubrirlos y llamarlos a dormir.

Carmen Lomas Garza, Camas para Sueños, 1985, gouache en papel, Smithsonian American Art Museum.

Periódico Por Esto! 14 de marzo de 2013.

Espiral

Tomás Ramos Rodríguez

Esto es inhumano. Girar, dar vueltas sobre las mismas horas. Sobre el reloj, dentro de las mismas paredes vacías frente a una ventana que se mantiene siendo la misma. Las horas del día transitan en ella. Llega la luz, a veces llega el sol, se hace gris. Otra vez es de noche. Vuelvo a transitar en mis pensamientos, en los recuerdos de personas que no están. Pero miro hacia el piso, camino por la alfombra evitando el piso frío. Dentro de la casa estoy con un suéter para defenderme de lo que afuera enfría. Es visitar la cocina, revisar el refrigerador normalmente vacío los fines de semana. Están los ecos de las risas del jueves por la noche, que aun suenan en nuestra cabeza dando vueltas por el desvelo. Retomar el libro, prepararse un café, sentarse en la cocina, mirar por los cristales para recordar que algo sucede afuera, que hay vida a pesar de que no pasa gente frente a nosotros. “Hoy 5 personas pasaron caminando frente a la casa”, dice un vecino. 5 personas resuenan en mi cabeza. Vuelvo a entrar a mi soledad. Regreso a la cama para encender la computadora pensando en que no quiero trabajar en todo el día. Esto es ridículo tomando en cuenta toda la gente que trabaja, así como entre semana de lunes a jueves nosotros trabajamos. Pero no deja de ser este trabajo posible para vivir a diferencia de quienes tienen que pizcar chile en los campos desde las 5 de la mañana esperando el amanecer para empezar a perderse en la tierra de los campos de Nuevo México. Inhumano es perderse entre las cosas que no comprendemos. Y dar vueltas, posibles vueltas frente al mundo que imaginamos por nuestras televisiones, las películas que vemos como el mundo que afuera existe. Ante eso apagar la televisión, y abrir un libro. Sin embargo, puedo escuchar las voces de las personas que hablan en ese ritmo tenue que es el que le da musicalidad a la literatura. Al escuchar en el silencio las palabras sonando dentro de mi cabeza puedo llegar a escuchar lo que otros escribieron. Empiezo a imaginar vidas pasadas, lo que estas personas reflexionaron en lugares llenos de gente. Esto es una introspección hacia profundidades remotas que normalmente no tocamos a lo largo del día; nunca entramos porque no somos conscientes de ellas. Para caminar hacia dentro de mi, por adentro de mi, tengo que seguir leyendo, enunciando, tengo que seguir parafraseando los miles de significados que van llegándome con la cantidad de relaciones que voy ejerciendo mientras leo, entre lo que imagino y el pasado que he vivido. Me levanto para ir nuevamente al baño. Me miro en el espejo, veo mi barba sin rasurar. Me pregunto cuantas semanas han pasado, cuanto falta para viajar. Me pregunto que estará pasando y en qué puedo descargar mi energía pensando en observar a las personas. Aquí solamente observo un lenguaje sin palabras. Solamente miro las hojas mecerse, uno que otro pájaro llegar. El aire enfriando todo afuera, haciendo secar las hojas y mi piel, pensando cuando será la siguiente ocasión de recibir una situación que nos sorprenda. En eso las nubes cambian su forma y el color que reflejan es una sinfonía ante mis ojos. Empieza a oscurecer, y salgo a caminar hacia el café para ver a las montañas emerger entre nubes grises que se les cuelgan como bufandas mezclándose con el color de la noche que empieza a asentarse. Las primeras estrellas aparecen en el cielo, siempre está una más brillante mientras las demás empiezan a llegar, así como el cielo de Yucatán. Van a apareciendo todas y cuando salgo del café de regreso a la casa puedo ver como en el cielo oscuro se depositan miles de luces que tranquilamente permanecen, iluminando las calles hacia mi casa en el tramo donde no llega el alumbrado eléctrico. Voy aplastando el polvo con mis zapatos. Solo escucho el sonido de mis pasos. Voy aplastando el sonido de lo que pienso. Solo escuchando el sonido de lo que a mis pasos va sorprendiéndome.

Periódico Por Esto! 4 de marzo de 2013.