La poesía es el armadonde la noche traza,el coral de la marearumiando su andar terco.El sur es una dagaterso como la hoja, si,como labiales deseosaugurando la boca.Isla de agua, loca,trigueña porcelana,teología de sirena,rama, diente, cabello.Polen, nube, lucero;alas por la músicatemiendo la terribleagonía, pulso, muerte.Periódico Por Esto! 17 de Julio de 2013.
miércoles, febrero 12, 2014
Letrilla, Tomás Ramos Rodríguez
Amor que se cultiva con la muerte...
Tomás Ramos Rodríguez
Amor que se cultiva con la muerte,
agita el blanco que se torna ciego,
alma inerte caminando en hielo,
amor, escandalizas continentes.
Trocando el vuelo cual festiva eñe,
temblorosa boca de andar insecto,
tiñes persa flamante terciopelo,
convocas la tarde, la amante verde.
Poesía, claroscura sombra amas,
sobre la piel tu pulgar deriva,
agilizas el drama con la calma.
Amor, promesas, cadenas, cultivas,
escandaliza Caronte su balsa,
siendo amar muerte, la nada herida.
Periódico Por Esto! 11 de Julio de 2013.
Entendiendo la literatura
Tomás Ramos Rodríguez
Escribir es combatir, boca a
boca, el testimonio de lo vivido por el cuerpo. Silencio y metralla, selva y
espuma.
Escribir nos lleva hasta la
memoria allá donde el hombre no recuerda.
Escribir nos lleva hasta
donde la memoria se cansa de recordar, donde aún no hubo registro ni
documentos, donde no existió una escritura cuando todavía no existía la
historia.
Escribir es un lazo
indescriptible, una comunicación musical en que no importan o significan
demasiado lo actos sufridos por el cuerpo cuando la memoria los transforma,
cuando el recuerdo acude al presente para dejar una huella material de lo
recordado al modo en que queremos hacerlo.
En la escritura no hay
castigo, sino aceptación y comprensión. Entendimiento y una nueva charla que
surgirá del perdón. La moral que continuamente nos cruje los huesos, nos muerde
hasta desaparecer toda voluntad y, en el caso de Yucatán, las ganas de vivir.
No habrá vida mientras no
haya en nosotros autocompasión. Tenemos que aprender a perdonarnos, solo así
podremos vivir más plenamente, en plenitud, haciéndonos a un lado todo lo que
nos aflige, incluso, las ganas de desaparecer.
A veces deseamos morir
porque tenemos una experiencia vital muy intensa. Esa intensidad, hay que
dosificarla para después entenderla. Ante esto hay que aprender que no estamos
solos aunque vivamos solitariamente pero, con los demás, siempre estaremos
juntos. Y las personas que menos pensamos e imaginamos, son las que nos asombran
con la sorpresa del amor.
Del mismo modo, los sujetos
literarios que encontramos en los libros son una manera de hablar con nosotros
mismos.
Leer es regresar a nuestros
acontecimientos personales o visitar futuros escenarios donde quisiéramos vernos
retratados. Nunca nos enfocaremos en el presente pues, en mi caso, es un acto
de despersonalización por medio del hecho de imaginar. No es enajenación sino
un diálogo conmigo mismo, una fuente comunicativa que me lleva a entender el
presente con la reflexión y reestructuración de los hechos que haya vivido en
el pasado y, los que posiblemente, llegue a vivir en el futuro.
Leer literatura es el
profundo y secreto arte de encontrarse con uno mismo.
Periódico Por Esto! 1 de Julio de 2013.
La usurpación de la materia
Tomás Ramos Rodríguez
El escritor, efectivamente, también
escribe la historia. Surge el sujeto literario como un error lingüístico, como
una escritura forzada y anticanónica, que existe como “el no debiera estar
aquí”; cuando a la escritura no hay que juzgarla, sino hay que compartirle
nuestros secretos. Hay que preguntarle su origen, si la materia de la que nació
fue el amor. Mario Benedetti supo de eso. Por eso su mirada se llenaba,
diariamente, de rocío material.
La poesía vive en el verso
y, es cierto, en las palabras; pero esa, para que vibre debe estar compuesta de
materia y de sustancia. La poesía no solamente vive en el vicioso endecasílabo,
musical y facilón, que algunas ocasiones es un estigma en el que muchos poetas caen,
pues utilizan esta licencia poética para lograr una musicalidad agradable al
oído y repiten como fórmula, alejando su poema –hecho éste, es cierto, de
palabras– de una materia humana que permita abrir las dimensiones del
significado en el poema a un universo mucho mayor.
Hagamos de cuenta que
tenemos una nieve de limón; o sea, esta es una nieve con sabor, una nieve que
no es nieve natural debido a su condición de frescura saborizada, no pura, pero
en su artificio pervive llena de sabores con sus colores antinaturales. Como el
ritmo poético, esta nieve de limón, es una composición semántica que está
compuesta de sonidos que se modifican con la intervención verbal y el orden
gramatical de la lengua, así como con sus calificativos, pronombres, etc. Sí,
son palabras, pero estas palabras son dirigidas por un orden que se establece
desde la gramática que rige las reglas con que se produce determinada lengua
que modifica nuestro entorno, cuando elige palabras diferentes de acuerdo a la
condición social, cultural y política, desde la cuál estamos hablando.
La poesía, entonces, es una
forma de musicalizar y multiplicar el universo de sentidos del habla, donde
nuestra lengua y signos gestuales comunican nuestro entendimiento y relación
diaria con las cosas que nos rodean. Uno de los artes más increíbles que un
poeta puede manejar es el curso que puede darle a los significados de las
palabras que cotidianamente usa de una forma, para que pueda cambiarles ese
sentido a otro diferente que vive como unidad dentro de una obra de arte.
Este arte de la mentira es también
comunicar; versar comunicará musicalmente el sonido de la memoria, la
abstracción de nuestra historia bajo el universo de los significados de las
cosas.
El verso es un artificio de
sonidos falsos, es un sonido proveniente de la imaginación verbal, un conjunto
de sonidos creados que al ejecutarse con la voz, así como cuando ejecutamos una
canción con una guitarra. Versos con métrica, como en la poesía barroca y
clásica con sus rimas, produciendo una materia.
Pero todos quieren hablar de
poesía, ser artistas, poetas, hasta quienes no lo son. Muchos quieren ser
profesionales u orfebres del verso, de la materia del mensaje, aunque no
conjuguen en el habla diaria de manera adecuada un verbo. Entre ellos
encontramos muchos artistas postmodernos, postmodernistas, paramodernos,
metamodernos, antemodernos, inversomodernos y hasta “anverso” modernos, que
andan emitiendo mensajes arbitrarios sin una red de significados que le den
coherencia a lo emitido; o sea, mensajes sin mensaje.
Periódico Por Esto! 28 de Junio de 2013.
Periódico Por Esto! 28 de Junio de 2013.
Bravuconerías
Tomás Ramos
Rodríguez
Estimado
Manuel Álvarez Gato:
Aproximadamente
hace 10 años, después de darle inicio a nuestra amistad, empezamos a reunirnos
en los cafés citadinos. Caminábamos por las calles de Mérida pensando en los
atardeceres cuando era de noche; cuando era de día, pensábamos nuevamente en la
noche. Hoy es nuevamente el aire, adverbio modificando el verbo, nuevamente la
charla y la tertulia, nuevamente la literatura pero sin las redes sociales.
Lo mejor al escribir contigo ha sido trascender talleres
literarios, pelafustanerías y pirómanos disfrazados de lenguajes barrocos;
nunca han enunciado el canto positivo de la angustia, aunque disfrazan de
heroísmo el dolor de pecho y la desesperación. La literatura no es angustia
mocha, sino tonalidades deslumbrantes que se abren ante nuestros ojos.
¿Sabes? Pensaba en el tapón, creo que muchos necesitan tapar
el boquete. Paquetes por doquier, hasta en el café de olla y en el oráculo del
menú. Pienso en la cartografía caníbal, el Che tomando mate y en las hazañas de
Jimbo y el Cachaco en los bordes de la frontera.
¿Sabes que viví 2 años en la frontera de Ciudad Juárez y El
Paso, Tejas? Viví en las entrañas indígenas de Nuevo México; ahí tuve una casa,
un conejo que hablaba con la luna. La casa avizoraba en la ventana las tardes
frescas con un rojo sol, por los inviernos nieve con frío, que se mantenía
hasta por 2 semanas sin derretirse de la cornisa, tal como sucedió en Boston
donde recuerdo las heladas praderas de la noche. Ahí leí Caliban y descubrí que
poseo el lenguaje del amo.
Pienso que reflexionemos en lo que hace unos días el Dr.
Gaspar Baquedano escribió bajo el título de MEDIOCRIDADES: “Rechazamos lo que
no es afín a nosotros, lo que es diferente, distinto y diverso porque de alguna
manera, nuestra posición egocéntrica se siente amenazada con lo que no es
igual, parecido o conocido. Atacamos y descalificamos con rabia lo que no es
como nosotros, al que no ve las cosas como creemos que son, a quien se atreva a
presentarnos una imagen del mundo que se escapa de los rígidos y estrechos
márgenes de nuestro autoritarismo.”
Ese “nosotros” donde se encuentra reflejada la sociedad es
la que nos rechazará, siempre ha sido así, por pensar de manera diferente a
como lo hacen los demás. Dentro de este parámetro se encuentra, por supuesto,
la cultura, el arte y la literatura. Pasemos a otra página, sigamos escribiendo
la visión que portamos ante quienes no la entienden y, no quieren entender, bajo
la enorme capa del ego y el autoritarismo. Ellos serán alcanzados por su
destino, tarde o temprano, pero dentro de poco.
Hace 10 años las guitarras nos sorprendían en la madrugada,
leíamos los poemas que ayer tanto nos inspiraron, nos reuníamos en los cafés
todos los días, nos incendiaba la avenida y el tránsito de los autos pasando,
las parejas amándose cuando aún no existían los celulares. Recuerdo el teléfono
público afuera de mi casa en la avenida, alrededor del cuál los amigos nos
quedábamos a contar historias sobre el amor. Aquel amor, junto al teléfono, que
tan solo unos días nos había abandonado para siempre.
Atentamente:
Jimbo “El Tomate” Jones.
Desde la Finiquera, en la
Nazizona, en el corazón de Aztlán.
P.D.1. ¿Y la literatura,
otra vez, cuando?
P.D.2. La literatura es un
mar que, como lenguaje, en sí misma se desborda.
Periódico Por Esto! 3 de mayo de 2013.
Periódico Por Esto! 3 de mayo de 2013.
martes, febrero 11, 2014
Mis últimos días con Pedro Infante
Tomás Ramos Rodríguez
Nunca se deja de
extrañar a quien se ama. Y después de tanto silencio, viene a llenarse todo con
el ruido de la gente a mi alrededor. Vuelvo a pensar en Pedro Infante, vuelvo a
leer de él. Vuelvo a leer lo que escribí de él. Termino por desconcertarme,
como sucede cuando despierto después de varios días de estar escribiendo. Repasando
un café en la Flor de Santiago, me sorprende la voz de Pedro Infante en una
canción ranchera; como cuando canta en el Gavilán Pollero, cuando siente que le
arrancaron las garras. Grita. Yo grito. Nadie lo ve. Abro mi libro nuevamente y
le digo, has vuelto a aparecer. Mis ojos se proyectan hacia la calle porque me
llama la atención un cliente norteamericano de facciones latinas que pide más
café, bastante arrogante. Despierto con los dictámenes que acabo de leer,
recuerdo las noticias. Pedro Infante sigue cantando desgarradoramente alrededor
de las calurosas esquinas de la Flor de Santiago. Pido más café para despertar
la voz que adormilada reposa en mi garganta. Pedro Infante continua en la radio.
Yo tengo que ir al baño: orino: me lavo la cara: regreso. Cuando regreso
descubro que ese hombre extranjero sigue comiendo. Miro mis manos y no puedo
sacar ningún libro más. Sólo me quedo con la canción, así como si solamente
quisiera quedarme con Pedro Infante. Como buscando ese espacio en el que
pudiera sentir que le estoy haciendo justicia, homenaje. Pero cualquier cosa
que yo haga, termina por parecer algo muy menor comparado con lo que cualquier
fan pudiera hacerle sentir. Mientras caía, él veía el suelo de Mérida acercarse
seguramente muy caliente hacia sus ojos.
Fue
en el mes de abril, en un mes como éste. Seguramente sus ojos fueron más
intensos que nunca mientras el vuelo se incendiaba. Más que cuando miraba fijamente
a las personas, cuando estas lo miraban cantar en el cine. Con más fuego,
incluso, que cuando miraba a la mujer que amaba en la pantalla de cine o la
pantalla de la vida real. Pero caía con un fuego más intenso, cuando se daba
cuenta que se le consumía la vida que tanto quería, aquí, en las piedras
calientes de Yucatán. Cincuenta años más tarde, me encuentro aquí, repasando
mis escritos y escribiendo nuevamente, y pensando como escribir otra vez quien
fue. No quiero dejar de escribir de él aunque nunca diga nada. Aunque nunca
escriba algo como si fuera un fan y, mas bien, como si el fuera mi pretexto
para escribir o escuchar sus canciones. Me gusta mucho escuchar sus canciones,
y me gusta mucho escucharlo desgarrarse. Aunque nunca tomara alcohol, sabía
desgarrarse la voz muy bien. Y sabía muy bien que a la gente le hubiera gustado
desgarrarse como el mismo lo hacía. Así, de pronto, así muy aguardientemente.
Aunque él no tomara una gota de alcohol. Eso no quiere decir que las personas
que lo escuchan y lo escucharon no quieran hacerlo.
Cuando
lo escucho en la radio de la Flor de Santiago y repaso Por el amor de Pedro
Infante de Denise Chávez, en la novela que fue su vida, imagino como fue
desgarrándose y destartalándose ese avión que cayó del cielo y al que nadie le
gusta recordar. Cayendo por el cielo yucateco como una antorcha enloquecida,
sorprendiendo a las familias de la colonia donde cayó como una bola de fuego.
Por eso, su mirada fija, en la estatua hecha de llaves donadas, que se
encuentra cerca del sitio donde fue el final de su vuelo, esta muy grabada en
mi mirada, esa mirada suya hecha de llaves derretidas y de fuego oscuro.
Encontrando mis ojos como los suyos, como cuando el avión caía, perdidos, perdido,
perdiéndose en el fuego; como yo, perdido en el fuego de Mérida, cuando camino
nuevamente a la Catedral. Pensando quizá, cuando será como el suyo, mi
encuentro.
Periódico Por Esto! 11 de abril de 2013.
Ella
Tomás Ramos Rodríguez
Los mariachis
callaron…
de mi mano sin fuerza
cayó mi copa
sin darme cuenta
de mi mano sin fuerza
cayó mi copa
sin darme cuenta
“Ella”, Pedro Infante.
Siempre mirando la pulsera y el reloj. Siempre mirando
las mismas horas moverse por mi muñeca evocando el café Baktún o una palabra
del camarada en el rincón del salón de clase, leyendo “La
Insoportable Levedad del Ser” de Milán Kundera. Nuestros amigos sumergidos en
la Flor de Santiago y los minutos impacientes. ¿Cuál
fue el itinerario Capitán de la plataforma oscurecida de la nada? Las clases de
semiótica fueron la opción para nuestros navíos; los versos, la pluma y la
furia, en los poemas que no se podían concretar. Sin embargo, en la noche
siguiente a aquel huracán destructor fuimos tan solo por otra taza de café. Siempre
el café y el cigarro en nuestras muertes, y recorrimos los salones
universitarios buscando la respuesta en los suicidas. Los ayeres de hoy no son
los mismos ayeres en que nos comunicábamos con notas secretas. Los amores y la
cerveza, los amores y las vueltas por Mérida, los amores y aún anhelando lo que
había dejado de pertenecernos.
Giramos en nuestros suicidios, filo y
demonios en los lápices; en basura que se acumula en el cristal que ahora miro
y no aguarda un callejón, sino estudiantes con mochilas olvidadas de ser humanas.
Solo importa el tiempo y cuando la próxima comida. Solo importa el que sigue,
el quien vive, el ardor del frío fuego desértico calcinándonos la garganta y
los pulmones al cumplir al otro lado del pupitre. Hoy represento a quien nosotros
admirábamos empuñando tan solo un signo, para darnos todas las respuestas de
las preguntas que nos hundían más. Al despertar, abrir los ojos no es cosa
fácil. Abrir los ojos con tanta violencia es algo para lo que nunca te preparan.
Desde la soledad he invocado miedos, muchos miedos, algunos de ellos
prehistóricos. Miedos donde persigo toda la añoranza de isla que soy contenida
en esta taza. Si antes fue la maldita circunstancia del agua por todas partes,
si fue la maldita circunstancia de la lluvia que me obligaba a sentarme en la
mesa del café, hoy la maldita circunstancia de la arena me obliga a no moverme
y a solidarizarme con cualquier extraño al cual injustamente llamo: mi amigo.
Sobrevivir las arenas blancas, la frontera
México-Estados Unidos y su denso aire, te hace sentir una nostalgia
insoportable por todos los que se quedaron. Hasta quien se quedó en el tiempo y
el recuerdo, en el pasado de lluvias y caroles humectantes que no parecen
existir más en este cuadrante. Las montañas emergen con su violencia fraticida,
se imponen los colores rojos ante la inconsecuencia de la espuma y los verdes
selváticos que se quedaron tan atrás. Yo rezo “Bendíceme, Última”, como Rudy
Anaya, para que no se olvide de nuestra raza aquí en la frontera, de pie y
mirando fríamente los miles de rostros que he cruzado en el puente con miles de
rostros como el mío, que hablan múltiples lenguas en esta Babel reforzada con
muros de acero.
Cercas con púas, miras telescópicas,
francotiradores, puentes, patrullas, menesterosos fronterizos, prostitutas, un
loco gritándome desde abajo del puente, dos rostros esposados por la sospecha
de ser ilegales, dos rostros que son iguales a mi rostro en la puta impotencia
de aguantar la vejación por la necesidad, un loco gritándome desde abajo del
puente, por el dinero, el trabajo seguro, un loco gritándome
desde abajo del puente, la cerveza, la música, el tequila, un
hombre golpeado, las norteñas, las rancheras, los tarahumaras, gritándome
desde abajo del puente, las tiendas fronterizas, caminan recuerdos
de diosas por el Parque de las Américas en mi frente, la espalda de
esa mujer y su belleza, por mi frente, un pequeño mensaje
de papel en mis manos… Amo a los locos, a los pordioseros, a la familia
golpeada por la policía; amo a las familias que no son mi familia pero que son como
mi familia, a las que les grito: “a ustedes les amo”, en este poema que, silencioso, camina conmigo.
En el puente Santa Fe, en la frontera
México-Estados Unidos de Ciudad Juárez con El Paso, Texas, en la breve
animación que lo sostiene, el poeta Agustín García Delgado en su poema dice….
“Aunque el amor es accidente y
contingencia,
aunque el amor es incierto,
nebuloso,
yo no quiero que falten uno ni otro:
quiero vino y amor,
beber y amar
hasta que estalle.”
Querido Agustín, con tan solo leerte a
vivir me enseñas. Vivir
es tan solo vivir cuando se goza. Vivir tan solo vale la pena cuando se vive y
se gozan los secretos más intensos frente al frío que reprime el aliento cálido
evaporándolo en escaso rumor. ¿Será que yo también me estoy escapando en él?
¿Que yo también me disuelvo? ¿Que yo también me evaporo? ¿Que yo también soy
otra imagen en la sordidez de la frontera donde el discurso de “la buena fe” carece
de significado y sencillamente a nadie importa? ¿Cuál es la nota? ¿Cuál será la
voz? ¿Cuál será el canto? ¿El que hablará por mí para interpretar, denunciar
tanta vileza, tanta hipocresía? ¿Será que mi vida cae cuando siento crecer este
límite que todo desenmascara, que me muestra su verdadero rostro cuando tomo
una cerveza apuntando con ella hacia los rayos infrarrojos de la antena militar
que me irradia?
Antes
de bajar el brazo siento que caigo. Apenas despedazado por cientos de cosas
inútiles.
Periódico Por Esto! 31 de marzo de 2013.
El cielo
Tomás
Ramos Rodríguez
Las últimas semanas me descubro ensoñando por la casa.
Enciendo la radio, y voy pasando por las estaciones de radio de la frontera
México-Estados Unidos. Escucho jazz, algo de country, noticias en español,
hasta llegar a la estación de música clásica que me hace recordar las noches de
Bukowski luchando por sacarse unas buenas líneas frente a su monitor de Mac.
Pero yo, un yucateco en la frontera estadounidense, no puedo emular al Gran
Chinaski ni acercarme a él. La música es algo necesario para compensar estos
vacíos en que el alma se queda flotando, en tan sólo unas notas luego de una
corta semana con tanto trabajar. Los meses son pocos, pero los días trabajando
son tan largos y con mucha profundidad. Las horas duran poco y, las que duran
poco, terminan siendo más largas a las que no se piensan. Sueño donde los días,
donde las horas, donde los amores eran mas fáciles, sin pensarse tanto.
Cambio de estación, estoy escuchando Órbita Radio de
Ciudad Juárez. Renzo, el locutor frente a los controles nos manda muchos
saludos a todos los radioescuchas. Horas de rock, muchas horas de rock con las
bandas de metal de Ciudad Juárez. Y paso horas en la casa, en esta pequeña y
secreta casa para dos personas en Milton y College, donde estaré este último
semestre antes de graduarme en Las Cruces.
Los juarences -pienso- no tienen problema en escuchar la música que
les gusta, en disfrutar la vida en cada canción. En este horario vamos pasando
por Black Sabbath y Ozzy Osbourne, La Barranca, La Cuca, Luzbel hasta los
Aterciopelados y Babasónicos. Cada sábado espero con ansia el fin de semana
para estar en casa libre con libros a la mano, después encender la radio y
dejar que el destino me sorprenda programando “Black” de Pearl Jam, mientras
Henry Miller, Richard Rodríguez, Faulkner junto con Onetti, me esperan para ser
leídos. Frente a mí, desde la mesa de un comedor que es más grande que la sala,
en la ventana, ahí afuera, el cielo de Nuevo México. Tan azul, tan rojo, tan
amarillo, tan púrpura, que las nubes no dejan de pasar alucinándome con su
interminable cambio de colores y de formas con las nubes, vociferando olas de
mar desde los decibeles que me invaden con los Doors, los Beatles y Rata
Blanca. Renzo habla de la violencia de Juárez, de los militares, del tránsito,
de que le han vaciado el auto por segunda vez en el último mes afuera de la
estación, mientras llevaba a cabo su tarea de llevar un poquito de felicidad a
todos los que estamos encerrados y el fin de semana no salimos de noche. Pero
empieza otra canción, y ya no importa nada, porque ha llegado la fantasía y ya
no importa si afuera están pasando cosas. Lo importante es sentirnos vivos.
Viviendo, bebiendo y seguir escuchando música. Enamorándonos, amándonos por las
calles de Juárez, recorriendo las bibliotecas, la 16 de septiembre o tan sólo
ir por otra nieve al Burunda, donde por última vez sentí yo tu amor, de frente
a tus labios y tu cuerpo.
Azul… mil formas precipitadas giran afuera y se nos
vienen encima. Las 2 de la tarde y aún sigo con la ropa con que dormí. Hace
frío. Luego de calentar agua en la tetera regreso a la realidad cuando el
pitido que suelta violento vapor me sorprende. Entonces empiezo a tararear una
música de bolero, empiezo a tararear un viejo bolero de Agustín Lara. No puedo
dejar de pensar en ella, aun sigue siendo un fantasma. Como dice Manuel Tejada,
“ella es un fantasma”.
El árbol afuera en el patio de adelante no tiene
hojas. Me deja mirar el amarillo del aire detrás suyo mientras me sirvo un té
de menta (Mint Tea).
Regreso a la mesa cuando repaso la actitud del autor
hacia el héroe en la estética de la creación verbal de Bajtin, pienso en su
exilio en Siberia leyendo Gargantúa y Pantagruel. Pienso en la interpretación
de la obra, en su vida y en qué música escuchaba mientras leía. Pienso en
Dostoievski, en el círculo de Praga, y en los libros que no puedo leer. Pienso
también en Dickens, en Poe, y en mis libros que se quedaron en Mérida y no
puedo leer. Pushkin, Tolstoi, Balzac. Víctor Hugo, también Stendhal.
Pero también pienso en Silvio Rodríguez, Andrés
Calamaro, Gustavo Cerati, Soda Stereo, Los Languis, José José y Juan Gabriel;
Agustín Lara aparece con otro bolero, al igual que Daniel Santos y Chabuca
Granda. Aparecen también Rubén Blades y Totó la Momposina. La teoría es un
bolero en la boca de una mujer que apenas nos percibe y se percata de nuestro
sufrimiento. La teoría es un hombro añorado por el amor donde el cuál
recostarse, decirte no me extrañes y dormirse.
Pienso en los poemas en prosa de Baudelaire y la
diferencia con la prosa poética, en los cambios de registros. Pienso en los
poetas malditos. Pienso en Rimbaud: “Soy un inventor cuyos méritos difieren en
mucho de los de todos aquellos que me precedieron; soy incluso un músico que ha
encontrado algo así como la clave del amor…”. Pienso en los poetas simbolistas
y parnasianistas. Pienso en la antítesis, el hipérbaton, la sinestesia y la
sinécdoque. Pienso en los cortes de verso en los alejandrinos de Darío
(hemistiquios). Pienso en ti. Pienso en el mar.
Repaso artículos y sustantivos en francés. Siento
hambre. Son las 4 de la tarde y me he retrasado para salir. La tarde es
amarilla y naranja detrás el árbol sin hojas. Miro la veleta sin moverse; el
cielo se ha vuelto color magenta junto con un rojo escarlata en que se diluye
mientras el día se despide. Falta mucho para la hora nacional. Renzo sigue
poniendo más canciones y no ha vuelto a dar malas noticias; por ejemplo, cuando
contamos cuantos ejecutados llevan hoy. Miro mi cuarto y hay cuatro paredes que
no me hablan. Más maletas, más libros, más sábanas revueltas. No tengo ganas de
perderme esto, quiero seguir dentro de mí.
Mi teléfono me observa. Cuando reviso ha timbrado
varias veces y no respondí a ninguna llamada. Pero el sonido de las palabras
dentro de mí fue tan fuerte que apenas pude percatarme de otras cosas además de
su propia música. Pienso otra vez en los retratos. Sus acordes, sus notas, su
cuerpo corre por mis dedos aun instalado en mi memoria. Recorro a la perfección
las canciones. No ha pasado entonces nada aun. Solamente ha llegado la luna,
que un niño y una niña observan desde el techo de su casa, mientras su madre
extiende las sábanas de su cama, antes de cubrirlos y llamarlos a dormir.
Periódico Por Esto! 14 de marzo de 2013.
Espiral
Tomás Ramos Rodríguez
Esto es
inhumano. Girar, dar vueltas sobre las mismas horas. Sobre el reloj, dentro de
las mismas paredes vacías frente a una ventana que se mantiene siendo la misma.
Las horas del día transitan en ella. Llega la luz, a veces llega el sol, se
hace gris. Otra vez es de noche. Vuelvo a transitar en mis pensamientos, en los
recuerdos de personas que no están. Pero miro hacia el piso, camino por la
alfombra evitando el piso frío. Dentro de la casa estoy con un suéter para
defenderme de lo que afuera enfría. Es visitar la cocina, revisar el
refrigerador normalmente vacío los fines de semana. Están los ecos de las risas
del jueves por la noche, que aun suenan en nuestra cabeza dando vueltas por el
desvelo. Retomar el libro, prepararse un café, sentarse en la cocina, mirar por
los cristales para recordar que algo sucede afuera, que hay vida a pesar de que
no pasa gente frente a nosotros. “Hoy 5 personas pasaron caminando frente a la
casa”, dice un vecino. 5 personas resuenan en mi cabeza. Vuelvo a entrar a mi
soledad. Regreso a la cama para encender la computadora pensando en que no
quiero trabajar en todo el día. Esto es ridículo tomando en cuenta toda la
gente que trabaja, así como entre semana de lunes a jueves nosotros trabajamos.
Pero no deja de ser este trabajo posible para vivir a diferencia de quienes
tienen que pizcar chile en los campos desde las 5 de la mañana esperando el
amanecer para empezar a perderse en la tierra de los campos de Nuevo México.
Inhumano es perderse entre las cosas que no comprendemos. Y dar vueltas,
posibles vueltas frente al mundo que imaginamos por nuestras televisiones, las
películas que vemos como el mundo que afuera existe. Ante eso apagar la
televisión, y abrir un libro. Sin embargo, puedo escuchar las voces de las
personas que hablan en ese ritmo tenue que es el que le da musicalidad a la
literatura. Al escuchar en el silencio las palabras sonando dentro de mi cabeza
puedo llegar a escuchar lo que otros escribieron. Empiezo a imaginar vidas
pasadas, lo que estas personas reflexionaron en lugares llenos de gente. Esto
es una introspección hacia profundidades remotas que normalmente no tocamos a
lo largo del día; nunca entramos porque no somos conscientes de ellas. Para caminar hacia dentro de mi, por adentro de mi, tengo que seguir leyendo,
enunciando, tengo que seguir parafraseando los miles de significados que van
llegándome con la cantidad de relaciones que voy ejerciendo mientras leo, entre
lo que imagino y el pasado que he vivido. Me levanto para ir nuevamente al
baño. Me miro en el espejo, veo mi barba sin rasurar. Me pregunto cuantas
semanas han pasado, cuanto falta para viajar. Me pregunto que estará pasando y
en qué puedo descargar mi energía pensando
en observar a las personas. Aquí solamente observo un lenguaje sin palabras. Solamente
miro las hojas mecerse, uno que otro pájaro llegar. El aire enfriando todo
afuera, haciendo secar las hojas y mi piel, pensando cuando será la siguiente
ocasión de recibir una situación que nos sorprenda. En eso las nubes cambian su
forma y el color que reflejan es una sinfonía ante mis ojos. Empieza a
oscurecer, y salgo a caminar hacia el café para ver a las montañas emerger
entre nubes grises que se les cuelgan como bufandas mezclándose con el color de
la noche que empieza a asentarse. Las primeras estrellas aparecen en el cielo,
siempre está una más brillante mientras las demás empiezan a llegar, así como
el cielo de Yucatán. Van a apareciendo todas y cuando salgo del café de regreso
a la casa puedo ver como en el cielo oscuro se depositan miles de luces que
tranquilamente permanecen, iluminando las calles hacia mi casa en el tramo
donde no llega el alumbrado eléctrico. Voy aplastando el polvo con mis zapatos.
Solo escucho el sonido de mis pasos. Voy aplastando el sonido de lo que pienso.
Solo escuchando el sonido de lo que a mis pasos va sorprendiéndome.
Periódico Por Esto! 4 de marzo de 2013.
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