Miro la luz apostillada en las paredes de la tarde, en las casas y edificios de Las Cruces. Sin lentitud, en una respiración acompasada los árboles no acosan; las personas que apenas percato, la gente que vive en una comunidad que se fortalece y que aún no quiere ser llamada metrópoli o gran ciudad. El aire campirano se contagia en las comidas con chile el sábado en que recordamos como ha pasado el tiempo.
Nos quedamos sin el aire; nos quedamos sin la tristeza. Penetramos el misterio de las montañas que desaparecen y regresan a nuestra vista con toda su potencia.
tienes que cogerte a muchas mujeres hermosas mujeres y escribir algunos poemas decentes de amor.
y no preocuparte por la edad y/o por los jóvenes talentos
sólo toma más cerveza más y más cerveza
y ve a las carreras de caballos al menos una vez a la semana
y si es posible gana.
aprender a ganar es duro cualquier imbécil puede ser un buen perdedor.
y no olvides tu Brahms ni tu Bach ni tu cerveza.
no hagas mucho ejercicio.
levántate hasta medio día.
evita las tarjetas de crédito y pagar las cosas a tiempo.
recuerda que no hay un culo en este mundo que valga más de 50 dólares (en 1977).
y si tienes capacidad para amar primero ámate a ti mismo y siempre sé consciente de la posibilidad de una derrota aun cuando haya sido justa.
una probada temprana de muerte no es necesariamente algo malo.
mantente lejos de iglesias, bares y museos, y como la araña sé paciente el tiempo es una carga para todos también lo son el exilio la derrota la traición toda esa basura.
no olvides la cerveza.
la cerveza es sangre que fluye
una amante constante.
consíguete una gran máquina de escribir y mientras caminas para arriba y para abajo afuera de tu ventana
dale a esa cosa
dale duro
haz como si fuera una pelea de peso completo
mata al toro antes de que te embista
recuerda a los perros viejos que pelearon bien: Hemingway, Celine, Dostoievsky, Hamsun.
si crees que ellos no se volvieron locos en sus diminutos cuartos como tú ahora
sin mujeres sin comida sin esperanza
entonces no estás listo.
bebe más cerveza tienes tiempo. y si no tienes no te preocupes no hay problema.
La literatura es un trabajo artesanal que obliga a sus adeptos a trabajar incontables horas sobre cada enunciado, en cada uno de los versos e ideas generales. La mayoría conoce la desesperación de carecer de las palabras adecuadas para expresar cada uno de nuestros pensamientos, lo cual se multiplica cuando redactas un texto para publicar o para leer ante un auditorio. Sin embargo, este punto es sólo el trabajo técnico de quienes escriben, cada una de nuestras palabras lleva cargada la vitalidad y la historia de las lecturas que el escritor hace a lo largo de su vida.
Generalmente escribimos para conversar a través del diálogo textual con los autores que descansan en el librero o para develar los engranes ocultos de los poemas o novelas, mientras que raras veces “platicamos” sobre los principales motores que mueven a un escritor, como es la honestidad literaria, la cual nos impulsa a mantener una literatura de compromiso hacia nuestros ideales estéticos y sociales.
Una de las claves para descubrir la belleza es la honestidad al momento de escribir, porque la palabra desnuda consciente e inconscientemente los motores que bombean la vena literaria. Uno de los escritores que comprendieron esa idea es Charles Bukowski en El Capitán Salió a Comer y los Marineros Tomaron el Barco, una autobiografía donde están plantados sus últimos días y sus reflexiones en torno a la estética, la literatura y la vida cotidiana. En el libro el autor descubre que pese al esfuerzo por conseguir una casa, un jacuzzi y un automóvil, la desesperación por reproducir la belleza permanece, por eso mismo la necesidad de escribir sobrevive a los embates de la vejez.
La honestidad obliga al escritor a reconocer que camina sobre la tinta de millares de libros, que después de haber leído todos los buenos libros, los próximos no ofrecerán el placer anhelado, por tanto, dice Bukowski, sólo resta empezar a escribirlos. Aunque admitir que nuestro siguiente desamparo literario es tan sólo el primer paso, porque faltaría encontrar la definición de belleza que perseguirían los textos.
Con el tiempo la certeza de haber leído todos los buenos libros crece hasta llegar a convertirse en verdad. Es en ese momento en que debemos reflexionar sobre el tipo de textos que queremos leer y comenzar a escribirlos, sin importar los muros que toda buena literatura debe escalar para sobrevivir.
Gran parte de los valores estéticos que los grandes escritores han forjado dependen de la honestidad al momento de sentarse escribir, de descubrir que las grietas por donde la vena literaria pulsa por salir hacia el papel son novedosos porque un acto de honestidad nos impide plagiarlos y convertirse en una copia más de un autor. Así como Álvaro Mutis devela en la Muerte del Estratega que conoció la desesperanza a través de los textos de Joseph Conrad, Drieu La Rochelle, André Malraux, Malcom Lowry y Fernando Pessoa, con ese primer paso honesto transformó ese conocimiento en algo nuevo, un personaje conocido como Maqroll el Gaviero, donde esas influencias gotean en sus venas sin marcar la cara con la cual deambula en el mundo literario.
Ese acto honesto demostrado por Mutis, es un acto heroico que muchos escritores emprenden y otros deberían de emprender en la actualidad, donde con un sólo clic las ideas y los artículos son plagiados, para lograr que la literatura trascienda. Sin embargo hasta con la honestidad debemos evitar los excesos, como le ocurrió a Joseph K. en la novela el Proceso, y acabemos solicitando un castigo por un crimen que no hemos cometido.
Recordando los días de juerga, mezclados con algún rumor de batalla. Las horas del café interminable, en páginas infinitas en aquella mí Flor de Santiago. Otrora vida que por momentos se percibe irrecuperable en la ilusión que transita por los amigos que desde la distancia, esgrimen sus mejores letras para golpear, al menos hacerle pasar un mal rato a la realidad. Pero entre tanta frialdad, tanto mecanismo, el español empieza a volverse una estructura maleable, que se presta a la experimentación y a transportarlo lejano a sus límites. Tarea casi imposible parar, detenerme ante el tiempo que no deja caminar mis pensamientos. Todo es aprisa, todo es la siguiente clase, todo en un andar que nos lleva hacia la nada. Ante tanto hacer olvidamos cual era el proyecto, quienes eran los amigos, y quienes en la distancia nos olvidan se transfiguran en una silueta que es difícil alcanzar si es que acaso, se reencuentran.
Ante la falta de silencio, el ejercicio. Solamente el compromiso con las letras.