Aquí la sangre, aquí tal si saliera
de una enorme bestia destazada.
La humareda de los siglos ahogándome.
Golpeando atrás del alma, golpeado
en nombre de la puerta custodiada:
"Ten coraje, Bañuelos.
Valor, viejo".
Será en la cacería siguiente
cuando mi íngrimo horizonte
caiga bajo la zarpa estrujamiedo.
Será. Será.
Los nervios con sus patas de diarrea.
Será el ciempiés errante de las fosas
abiertas en los rostros.
Y hallándome acosado
parpadeó el espejo
detrás de mi memoria.
Jugué a tener memoria.
Ascendí ensacerdotado de juncia y de cafetos.
Corrí por los llanos de Colón.
Fuí huésped a los quince
de aquella cárcel municipal,
y luego él "considera que es tu hijo"
y "o das tu cuota o friegas
los excusados"
y ese olor natal de Tuxtla y sus
alrededores
cuando, leyendo bajo el puente, el
agua era
una ave larga que volaba boca
arriba.
Y ahora aquí, entre la producción
y el miedo,
"bendito seas entre todos,
bendito", "no te eches
a perder", "visita a tus
tíos"...
Avergonzado de gastar todos estos
años
en imágenes de aserrín, con los
puños cerrados,
como el lagarto al acecho del
mosco
en la ribera.
Necio. El polvo de la persiana cae
en mis hombros.
Qué quiere usted. Salmuera en mi
ojo izquierdo
que rodea desgarrado el farallón
de lo que he podido soñar, de lo
que tú no soñarás:
"la bida práctica es astucia,
mi amigo.
Jode, come y vebe. Entra al
PRI"...
Y todavía habrá personas que se
asombren
cuando cuentes que las hormigas
rezan su hastío, que el odio nunca
está solo,
y que la sombra del durazno
huele lo mismo que su flor.
(Ay pequeño Sabinal de lavanderas
chorreando sol bajo las miradas
de las comadrejas y de la hierba
asustada).
Y hallándome acosado,
en tanto aplaco
mis nervios con sus patas de
diarrea,
mientras enloquezco,
mientras muerdo estas paredes,
acuso a la luz
de que al abrir una granada
se despeñó hacia adentro
haciendo saltar su espuma roja
idéntica
a la que expulsa el azteca desollado.
Juan Bañuelos,
en Espejo Humeante (1968).
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