Tomás
Ramos Rodríguez
Las últimas semanas me descubro ensoñando por la casa.
Enciendo la radio, y voy pasando por las estaciones de radio de la frontera
México-Estados Unidos. Escucho jazz, algo de country, noticias en español,
hasta llegar a la estación de música clásica que me hace recordar las noches de
Bukowski luchando por sacarse unas buenas líneas frente a su monitor de Mac.
Pero yo, un yucateco en la frontera estadounidense, no puedo emular al Gran
Chinaski ni acercarme a él. La música es algo necesario para compensar estos
vacíos en que el alma se queda flotando, en tan sólo unas notas luego de una
corta semana con tanto trabajar. Los meses son pocos, pero los días trabajando
son tan largos y con mucha profundidad. Las horas duran poco y, las que duran
poco, terminan siendo más largas a las que no se piensan. Sueño donde los días,
donde las horas, donde los amores eran mas fáciles, sin pensarse tanto.
Cambio de estación, estoy escuchando Órbita Radio de
Ciudad Juárez. Renzo, el locutor frente a los controles nos manda muchos
saludos a todos los radioescuchas. Horas de rock, muchas horas de rock con las
bandas de metal de Ciudad Juárez. Y paso horas en la casa, en esta pequeña y
secreta casa para dos personas en Milton y College, donde estaré este último
semestre antes de graduarme en Las Cruces.
Los juarences -pienso- no tienen problema en escuchar la música que
les gusta, en disfrutar la vida en cada canción. En este horario vamos pasando
por Black Sabbath y Ozzy Osbourne, La Barranca, La Cuca, Luzbel hasta los
Aterciopelados y Babasónicos. Cada sábado espero con ansia el fin de semana
para estar en casa libre con libros a la mano, después encender la radio y
dejar que el destino me sorprenda programando “Black” de Pearl Jam, mientras
Henry Miller, Richard Rodríguez, Faulkner junto con Onetti, me esperan para ser
leídos. Frente a mí, desde la mesa de un comedor que es más grande que la sala,
en la ventana, ahí afuera, el cielo de Nuevo México. Tan azul, tan rojo, tan
amarillo, tan púrpura, que las nubes no dejan de pasar alucinándome con su
interminable cambio de colores y de formas con las nubes, vociferando olas de
mar desde los decibeles que me invaden con los Doors, los Beatles y Rata
Blanca. Renzo habla de la violencia de Juárez, de los militares, del tránsito,
de que le han vaciado el auto por segunda vez en el último mes afuera de la
estación, mientras llevaba a cabo su tarea de llevar un poquito de felicidad a
todos los que estamos encerrados y el fin de semana no salimos de noche. Pero
empieza otra canción, y ya no importa nada, porque ha llegado la fantasía y ya
no importa si afuera están pasando cosas. Lo importante es sentirnos vivos.
Viviendo, bebiendo y seguir escuchando música. Enamorándonos, amándonos por las
calles de Juárez, recorriendo las bibliotecas, la 16 de septiembre o tan sólo
ir por otra nieve al Burunda, donde por última vez sentí yo tu amor, de frente
a tus labios y tu cuerpo.
Azul… mil formas precipitadas giran afuera y se nos
vienen encima. Las 2 de la tarde y aún sigo con la ropa con que dormí. Hace
frío. Luego de calentar agua en la tetera regreso a la realidad cuando el
pitido que suelta violento vapor me sorprende. Entonces empiezo a tararear una
música de bolero, empiezo a tararear un viejo bolero de Agustín Lara. No puedo
dejar de pensar en ella, aun sigue siendo un fantasma. Como dice Manuel Tejada,
“ella es un fantasma”.
El árbol afuera en el patio de adelante no tiene
hojas. Me deja mirar el amarillo del aire detrás suyo mientras me sirvo un té
de menta (Mint Tea).
Regreso a la mesa cuando repaso la actitud del autor
hacia el héroe en la estética de la creación verbal de Bajtin, pienso en su
exilio en Siberia leyendo Gargantúa y Pantagruel. Pienso en la interpretación
de la obra, en su vida y en qué música escuchaba mientras leía. Pienso en
Dostoievski, en el círculo de Praga, y en los libros que no puedo leer. Pienso
también en Dickens, en Poe, y en mis libros que se quedaron en Mérida y no
puedo leer. Pushkin, Tolstoi, Balzac. Víctor Hugo, también Stendhal.
Pero también pienso en Silvio Rodríguez, Andrés
Calamaro, Gustavo Cerati, Soda Stereo, Los Languis, José José y Juan Gabriel;
Agustín Lara aparece con otro bolero, al igual que Daniel Santos y Chabuca
Granda. Aparecen también Rubén Blades y Totó la Momposina. La teoría es un
bolero en la boca de una mujer que apenas nos percibe y se percata de nuestro
sufrimiento. La teoría es un hombro añorado por el amor donde el cuál
recostarse, decirte no me extrañes y dormirse.
Pienso en los poemas en prosa de Baudelaire y la
diferencia con la prosa poética, en los cambios de registros. Pienso en los
poetas malditos. Pienso en Rimbaud: “Soy un inventor cuyos méritos difieren en
mucho de los de todos aquellos que me precedieron; soy incluso un músico que ha
encontrado algo así como la clave del amor…”. Pienso en los poetas simbolistas
y parnasianistas. Pienso en la antítesis, el hipérbaton, la sinestesia y la
sinécdoque. Pienso en los cortes de verso en los alejandrinos de Darío
(hemistiquios). Pienso en ti. Pienso en el mar.
Repaso artículos y sustantivos en francés. Siento
hambre. Son las 4 de la tarde y me he retrasado para salir. La tarde es
amarilla y naranja detrás el árbol sin hojas. Miro la veleta sin moverse; el
cielo se ha vuelto color magenta junto con un rojo escarlata en que se diluye
mientras el día se despide. Falta mucho para la hora nacional. Renzo sigue
poniendo más canciones y no ha vuelto a dar malas noticias; por ejemplo, cuando
contamos cuantos ejecutados llevan hoy. Miro mi cuarto y hay cuatro paredes que
no me hablan. Más maletas, más libros, más sábanas revueltas. No tengo ganas de
perderme esto, quiero seguir dentro de mí.
Mi teléfono me observa. Cuando reviso ha timbrado
varias veces y no respondí a ninguna llamada. Pero el sonido de las palabras
dentro de mí fue tan fuerte que apenas pude percatarme de otras cosas además de
su propia música. Pienso otra vez en los retratos. Sus acordes, sus notas, su
cuerpo corre por mis dedos aun instalado en mi memoria. Recorro a la perfección
las canciones. No ha pasado entonces nada aun. Solamente ha llegado la luna,
que un niño y una niña observan desde el techo de su casa, mientras su madre
extiende las sábanas de su cama, antes de cubrirlos y llamarlos a dormir.
Carmen Lomas Garza, Camas para Sueños, 1985, gouache en papel, Smithsonian American Art Museum.
Periódico Por Esto! 14 de marzo de 2013.