De la muerte, noSálvenme de la vidaSálvenme de mis ojosYa invadidos de gusanos,De la herrumbre de mis huesosY del alma.Atrás doctores, hechiceros, sacerdotes,Oradores, ideologías en acecho:De morir, no.Sálvenme de la vida eterna,De las cosas que toco y miro,Sálvenme del amor y de misPadres muertos,Sálvenme de este no-serEn perpetua agonía.José Revueltas[1]
jueves, septiembre 23, 2010
Leyendo a Óscar Oliva, José Revueltas
domingo, septiembre 12, 2010
Francesca Gargallo
Es este silencio de amorEs un largo deseo que se transforma en espera y[muerecomo cuando en la silla del caballobuscaba al placer que no podía darme-placer de sexo mezclado a vientotrote de lo inexistente-Era la silla de un caballo gris –amigoal que hablaba-mi necesidad sin amory la soledad, inevitable permanencia.
martes, septiembre 07, 2010
De los cuadernos de Juan Gelman...
Lluvia
hoy llueve mucho, mucho,y pareciera que están lavando el mundomi vecino de al lado mira la lluviay piensa escribir una carta de amor/una carta a la mujer que vive con ély le cocina y le lava la ropa y hace el amor con ély se parece a su sombra/mi vecino nunca le dice palabras de amor a lamujer/entra a la casa por la ventana y no por la puerta/por una puerta se entra a muchos sitios/al trabajo, al cuartel, a la cárcel,a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/ni a una mujer/ni al alma/es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/como hoy/que llueve mucho/y me cuesta escribir la palabra amor/porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/y cuándo/y cómo/pero el alma qué puede explicar/por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/palabras que naufragan/palabras que no saben que hay sol porque nacen ymueren la misma noche en que amó/y dejan cartas en el pensamiento que él nuncaescribirá/como el silencio que hay entre dos rosas/o como yo/que escribo palabras para volvera mi vecino que mira la lluvia/a la lluvia/a mi corazón desterrado/
lunes, septiembre 06, 2010
Juan Gelman...
La cosa
Bajo las líneas que aquí yacenhay una criatura acostumbrada a combatircontra el dolor, contra la muerte.
Tal vez por ello amó melodramas,historias lamentables de sus contemporáneos,con desesperación, como se dice.
Como un borracho lento caminó por las calles,tambaleó sosteniendo el peso de la vida,de su rostro sólo supo cómo ya no iba a ser.
Ese rostro besaba entre el oleaje de la noche.
viernes, septiembre 03, 2010
Lourdes Casal
Obra poética: Cuadernos de agosto (1968); Palabras juntan revolución (1981); Everyone Has Their Moncada: 10 Poems (1982).
Nunca el verano en Provincetown
y aún en esta tarde tan límpida
(tan poco usual para Nueva York)
es desde la ventana del autobús que contemplo
la serenidad de la hierba en el parque a lo largo de Riverside
y el desenfado de todos los veraneantes que descansan sobre ajadas frazadas
de los que juguetean con las bicicletas por los trillos.
Permanezco tan extranjera detrás del cristal protector
como en aquel invierno
-fin de semana inesperado-
cuando enfrenté por primera vez la nieve de Vermont
y sin embargo, Nueva York es mi casa.
Soy ferozmente leal a esta adquirida patria chica.
Por Nueva York soy extranjera ya en cualquier otra parte,
fiero orgullo de los perfumes que nos asaltan por cualquier calle del West
Side.
Marihuana y olor a cerveza
y el tufo de orines de perro
y la salvaje citalidad de Santana
descendiendo sobre nosotros
desde una bocina que truena improbablemente balanceada sobre una escalera
de incendios,
la gloria ruidosa de Nueva York en verano,
el Parque Central y nosotros,
los pobres,
que hemos heredado el lado del lado norte,
y Harlem rema en la laxitud de esta tarde morosa.
El autobús se desliza perezosamente
hacia abajo, por la Quinta Avenida;
y frente a mí el joven barbudo
que carga una pila enorme de libros de la Biblioteca Pública
Y parece como si se pudiera tocar el verano en la frente sudorosa del
ciclista
que viaja agarrado de mi ventanilla.
Pero Nueva York no fue la ciudad de mi infancia,
no fue aquí que adquirí las primeras certidumbres,
no está aquí el rincón de mi primera caída,
ni el silbido lacerante que marcaba las noches.
Por eso siempre permaneceré al margen,
una extraña entre las piedras,
aun bajo el sol amable de este día de verano,
como ya para siempre permaneceré extranjera,
aun cuando regrese a la ciudad de mi infancia,
cargo esta marginalidad inmune a todos los retornos,
demasiado habanera para ser newyorkina,
demasiado newyorkina para ser,
-aun volver a ser-
cualquier otra cosa.
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