He escuchado como el abismo del agua se precipita sobre cuerpos nuevos bautizándolos con frío. Desierto de voces y siluetas en la mismidad del tiempo. Todo transcurrir parece igual ante la sorda respuesta de tus palabras. Monólogo en que combatimos heridos de vida, sintiendo como la noche se desliza por tu cuarto para alcanzarme a saber cómo estás en el lado del lecho que abandoné al alejarme de tu corazón. El camino apresurado que revienta como error ante el comerse el mundo. Seguir sin saber porque uno tiene que esperar el despertador al día siguiente para mal comer, no desayunar, continuar estoico trabajador hasta la hora nueva en que espero una sonrisa cruzarse con mi insignificancia ante el horizonte de palabras ciegas, deslumbramiento que producen las sombras ante tanto ruido democratizado. Olores a mar me llegan en el nocturno tiempo de la caricia. Olas se aparecen por mi espalda evocando tus labios perdidos ingenuamente. Mía en esa cama donde las vestiduras maullaron para despojarse de los miedos en ese lejano hotel de Juárez.
Para hacerte mía tuve que ser tuyo. Para hacerme tuyo tuve que pronunciar tus ojos envueltos por tu sombra. Figura mía que se desvanece porque los años se acumulan. Recuerdo fijo, inamovible cuando amanece; los autos aún fríos se mueven, los trabajadores pasan en sus camiones a recoger la gasolina para transitar más horas en el frío; el sol avecinando en las montañas, mientras lentamente se asoma para enfriar más el día en la ventana de mi cocina. Estas caricias tuyas recorren los poros de mi memoria. Estas caricias se aposentan en la taza de café caliente que emana aire tibio. Estas caricias tuyas recorren mis recuerdos bajo los árboles mezclándonos en el sudor y sigilo. Caricias tuyas bajo tus largas manos que presumen los anillos insurrectos que me visitan en cada fotografía tuya. Largas caricias bajo la mano del tiempo que me reduce a ti y a que no estás conmigo. Lamento que me persigue mientras sorbo otro trago, mientras mis pensamientos siguen indetenibles retrasando la hora de tomar los libros y vestirme y partir hacia el aula orando porque no nieve de la casa al edificio.
Manos que se estiran firmes las calcetas térmicas, los suéteres y el abrigo. Manos que se deslizan por telas extrañas nunca necesitadas cuando tu piel fue la que se rozaba conmigo. Manos que se quedaron en un pasado para abrigar ahora sinónimos de lo que antes de ti recibieron. Manos que se han quedado para descifrar recuerdos a tu lado en los teatros, tomándote de la mano mientras en el calor más intenso, no podía enfriar ese llamado negro de tus latidos.
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