Tomás Ramos Rodríguez
Nunca se deja de
extrañar a quien se ama. Y después de tanto silencio, viene a llenarse todo con
el ruido de la gente a mi alrededor. Vuelvo a pensar en Pedro Infante, vuelvo a
leer de él. Vuelvo a leer lo que escribí de él. Termino por desconcertarme,
como sucede cuando despierto después de varios días de estar escribiendo. Repasando
un café en la Flor de Santiago, me sorprende la voz de Pedro Infante en una
canción ranchera; como cuando canta en el Gavilán Pollero, cuando siente que le
arrancaron las garras. Grita. Yo grito. Nadie lo ve. Abro mi libro nuevamente y
le digo, has vuelto a aparecer. Mis ojos se proyectan hacia la calle porque me
llama la atención un cliente norteamericano de facciones latinas que pide más
café, bastante arrogante. Despierto con los dictámenes que acabo de leer,
recuerdo las noticias. Pedro Infante sigue cantando desgarradoramente alrededor
de las calurosas esquinas de la Flor de Santiago. Pido más café para despertar
la voz que adormilada reposa en mi garganta. Pedro Infante continua en la radio.
Yo tengo que ir al baño: orino: me lavo la cara: regreso. Cuando regreso
descubro que ese hombre extranjero sigue comiendo. Miro mis manos y no puedo
sacar ningún libro más. Sólo me quedo con la canción, así como si solamente
quisiera quedarme con Pedro Infante. Como buscando ese espacio en el que
pudiera sentir que le estoy haciendo justicia, homenaje. Pero cualquier cosa
que yo haga, termina por parecer algo muy menor comparado con lo que cualquier
fan pudiera hacerle sentir. Mientras caía, él veía el suelo de Mérida acercarse
seguramente muy caliente hacia sus ojos.
Fue
en el mes de abril, en un mes como éste. Seguramente sus ojos fueron más
intensos que nunca mientras el vuelo se incendiaba. Más que cuando miraba fijamente
a las personas, cuando estas lo miraban cantar en el cine. Con más fuego,
incluso, que cuando miraba a la mujer que amaba en la pantalla de cine o la
pantalla de la vida real. Pero caía con un fuego más intenso, cuando se daba
cuenta que se le consumía la vida que tanto quería, aquí, en las piedras
calientes de Yucatán. Cincuenta años más tarde, me encuentro aquí, repasando
mis escritos y escribiendo nuevamente, y pensando como escribir otra vez quien
fue. No quiero dejar de escribir de él aunque nunca diga nada. Aunque nunca
escriba algo como si fuera un fan y, mas bien, como si el fuera mi pretexto
para escribir o escuchar sus canciones. Me gusta mucho escuchar sus canciones,
y me gusta mucho escucharlo desgarrarse. Aunque nunca tomara alcohol, sabía
desgarrarse la voz muy bien. Y sabía muy bien que a la gente le hubiera gustado
desgarrarse como el mismo lo hacía. Así, de pronto, así muy aguardientemente.
Aunque él no tomara una gota de alcohol. Eso no quiere decir que las personas
que lo escuchan y lo escucharon no quieran hacerlo.
Cuando
lo escucho en la radio de la Flor de Santiago y repaso Por el amor de Pedro
Infante de Denise Chávez, en la novela que fue su vida, imagino como fue
desgarrándose y destartalándose ese avión que cayó del cielo y al que nadie le
gusta recordar. Cayendo por el cielo yucateco como una antorcha enloquecida,
sorprendiendo a las familias de la colonia donde cayó como una bola de fuego.
Por eso, su mirada fija, en la estatua hecha de llaves donadas, que se
encuentra cerca del sitio donde fue el final de su vuelo, esta muy grabada en
mi mirada, esa mirada suya hecha de llaves derretidas y de fuego oscuro.
Encontrando mis ojos como los suyos, como cuando el avión caía, perdidos, perdido,
perdiéndose en el fuego; como yo, perdido en el fuego de Mérida, cuando camino
nuevamente a la Catedral. Pensando quizá, cuando será como el suyo, mi
encuentro.
Periódico Por Esto! 11 de abril de 2013.
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