Tomás
Ramos Rodríguez
Escribir contigo es circular por las conversaciones interminables
ante cada resquicio de duda que encuentras en un libro. Una pintura, una imagen
lezamaniana, la imago mundi que
Cristóbal Colón vio en uno de sus sueños o, alucinaciones, cuando cartografiaba
delirante en altamar.
He querido transformar el aire, hacerlo más ligero para poder respirar levemente cada uno de tus suspiros que, sin querer, enloquecen mi tacto.
He querido, también, ocasionalmente mirar hacia las calles de La Habana que platicaron conmigo con base a tu ausencia, cada una desde las silentes avenidas que me llevaron hasta la casa de Luis Cernuda donde platicamos, en El Vedado, de sus actos suicidas con la luna.
Fueron cada una de las madrugas como avenidas principales, labios que se abrieron a mi paso para seguir hasta ti, en el hedor matutino que contienen los ronquidos de los puertos. Gatos sobre los contenedores, afanadores y colegialas españolas, desfilaban en el buen perfume de sus sacos y sombreros, para contrarrestar los sudores australes de los trópicos.
La herejía es un asunto que dos labios callan sobre el aire habanero que fluye en el Paseo del Prado. La tarde llena de caminantes, murmullos de autos que pasan mientras el congreso se reúne para la búsqueda definitiva de otro futuro.
Sobre nosotros no pasarán desnudos los arlequines ni caballerías francesas, sobre nosotros no pasarán los desdichados marchitando la caminata de las fantasías rotas, sobre nosotros pasará tu cuerpo dibujado; mientras tu mirada felina de cebra antillana me deslumbra con el asunto de responder.
He querido manejar las siluetas como si fuese el sol de otros guerreros, mambíes que expulsaron con la fuerza de sus tropas al enemigo de las vastas regiones con base a las danzas y hechicerías ancestrales, formas que Sycorax le heredó al pueblo para su defensa.
El amor contigo ha sido amanecer desnudos mientras tus ojos dormitan los gestos de los sueños, gesticulaciones para levitar; caminando de puntillas por los balcones llenos de estrellas, como luceros transitando a la deriva del firmamento.
Siglos después, Caliban aún pernocta la tarde bajo los párpados de las palmas; Miranda se encuentra lejos de su mirada peligrosa, no le queda mas que abrazarla dentro de las ardientes sombras que, llenas de sudores y en la demencia, aun la esperan.
Periódico Por Esto! 1 de marzo de 2013.
He querido transformar el aire, hacerlo más ligero para poder respirar levemente cada uno de tus suspiros que, sin querer, enloquecen mi tacto.
He querido, también, ocasionalmente mirar hacia las calles de La Habana que platicaron conmigo con base a tu ausencia, cada una desde las silentes avenidas que me llevaron hasta la casa de Luis Cernuda donde platicamos, en El Vedado, de sus actos suicidas con la luna.
Fueron cada una de las madrugas como avenidas principales, labios que se abrieron a mi paso para seguir hasta ti, en el hedor matutino que contienen los ronquidos de los puertos. Gatos sobre los contenedores, afanadores y colegialas españolas, desfilaban en el buen perfume de sus sacos y sombreros, para contrarrestar los sudores australes de los trópicos.
La herejía es un asunto que dos labios callan sobre el aire habanero que fluye en el Paseo del Prado. La tarde llena de caminantes, murmullos de autos que pasan mientras el congreso se reúne para la búsqueda definitiva de otro futuro.
Sobre nosotros no pasarán desnudos los arlequines ni caballerías francesas, sobre nosotros no pasarán los desdichados marchitando la caminata de las fantasías rotas, sobre nosotros pasará tu cuerpo dibujado; mientras tu mirada felina de cebra antillana me deslumbra con el asunto de responder.
He querido manejar las siluetas como si fuese el sol de otros guerreros, mambíes que expulsaron con la fuerza de sus tropas al enemigo de las vastas regiones con base a las danzas y hechicerías ancestrales, formas que Sycorax le heredó al pueblo para su defensa.
El amor contigo ha sido amanecer desnudos mientras tus ojos dormitan los gestos de los sueños, gesticulaciones para levitar; caminando de puntillas por los balcones llenos de estrellas, como luceros transitando a la deriva del firmamento.
Siglos después, Caliban aún pernocta la tarde bajo los párpados de las palmas; Miranda se encuentra lejos de su mirada peligrosa, no le queda mas que abrazarla dentro de las ardientes sombras que, llenas de sudores y en la demencia, aun la esperan.
Periódico Por Esto! 1 de marzo de 2013.
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