Tomás Ramos Rodríguez
Esto es
inhumano. Girar, dar vueltas sobre las mismas horas. Sobre el reloj, dentro de
las mismas paredes vacías frente a una ventana que se mantiene siendo la misma.
Las horas del día transitan en ella. Llega la luz, a veces llega el sol, se
hace gris. Otra vez es de noche. Vuelvo a transitar en mis pensamientos, en los
recuerdos de personas que no están. Pero miro hacia el piso, camino por la
alfombra evitando el piso frío. Dentro de la casa estoy con un suéter para
defenderme de lo que afuera enfría. Es visitar la cocina, revisar el
refrigerador normalmente vacío los fines de semana. Están los ecos de las risas
del jueves por la noche, que aun suenan en nuestra cabeza dando vueltas por el
desvelo. Retomar el libro, prepararse un café, sentarse en la cocina, mirar por
los cristales para recordar que algo sucede afuera, que hay vida a pesar de que
no pasa gente frente a nosotros. “Hoy 5 personas pasaron caminando frente a la
casa”, dice un vecino. 5 personas resuenan en mi cabeza. Vuelvo a entrar a mi
soledad. Regreso a la cama para encender la computadora pensando en que no
quiero trabajar en todo el día. Esto es ridículo tomando en cuenta toda la
gente que trabaja, así como entre semana de lunes a jueves nosotros trabajamos.
Pero no deja de ser este trabajo posible para vivir a diferencia de quienes
tienen que pizcar chile en los campos desde las 5 de la mañana esperando el
amanecer para empezar a perderse en la tierra de los campos de Nuevo México.
Inhumano es perderse entre las cosas que no comprendemos. Y dar vueltas,
posibles vueltas frente al mundo que imaginamos por nuestras televisiones, las
películas que vemos como el mundo que afuera existe. Ante eso apagar la
televisión, y abrir un libro. Sin embargo, puedo escuchar las voces de las
personas que hablan en ese ritmo tenue que es el que le da musicalidad a la
literatura. Al escuchar en el silencio las palabras sonando dentro de mi cabeza
puedo llegar a escuchar lo que otros escribieron. Empiezo a imaginar vidas
pasadas, lo que estas personas reflexionaron en lugares llenos de gente. Esto
es una introspección hacia profundidades remotas que normalmente no tocamos a
lo largo del día; nunca entramos porque no somos conscientes de ellas. Para caminar hacia dentro de mi, por adentro de mi, tengo que seguir leyendo,
enunciando, tengo que seguir parafraseando los miles de significados que van
llegándome con la cantidad de relaciones que voy ejerciendo mientras leo, entre
lo que imagino y el pasado que he vivido. Me levanto para ir nuevamente al
baño. Me miro en el espejo, veo mi barba sin rasurar. Me pregunto cuantas
semanas han pasado, cuanto falta para viajar. Me pregunto que estará pasando y
en qué puedo descargar mi energía pensando
en observar a las personas. Aquí solamente observo un lenguaje sin palabras. Solamente
miro las hojas mecerse, uno que otro pájaro llegar. El aire enfriando todo
afuera, haciendo secar las hojas y mi piel, pensando cuando será la siguiente
ocasión de recibir una situación que nos sorprenda. En eso las nubes cambian su
forma y el color que reflejan es una sinfonía ante mis ojos. Empieza a
oscurecer, y salgo a caminar hacia el café para ver a las montañas emerger
entre nubes grises que se les cuelgan como bufandas mezclándose con el color de
la noche que empieza a asentarse. Las primeras estrellas aparecen en el cielo,
siempre está una más brillante mientras las demás empiezan a llegar, así como
el cielo de Yucatán. Van a apareciendo todas y cuando salgo del café de regreso
a la casa puedo ver como en el cielo oscuro se depositan miles de luces que
tranquilamente permanecen, iluminando las calles hacia mi casa en el tramo
donde no llega el alumbrado eléctrico. Voy aplastando el polvo con mis zapatos.
Solo escucho el sonido de mis pasos. Voy aplastando el sonido de lo que pienso.
Solo escuchando el sonido de lo que a mis pasos va sorprendiéndome.
Periódico Por Esto! 4 de marzo de 2013.
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