Estimado
Manuel Álvarez Gato:
En días pasados las personas
que nos rodearon se han alejado de nosotros mientras más se aferran en
demostrar su intelectualidad, su teoría estética del momento o su verso más
pulido. Pensar que hace 10 años nos reuníamos en cafés del centro de Mérida
para comentar los libros más amenos luego de la jornada semanal, finalizando la
tertulia dominical en cafés extintos hoy en día sobre la calle 59; tal como lo
fue el Boston, antes y después de la llegada del huracán Isidoro, que nos hizo
consumir café a media luz, telefonear desesperaciones familiares, mientras
estoicamente resistimos la humedad leyendo para la tarea de las nuevas clases
de literatura.
Recuerdo esa Mérida que hoy
ya no existe, donde los faroles iluminaban los muros derribados, los árboles
heridos y la perfecta manera en que la luna observaba a los misteriosos
secreteando en las esquinas. El amor también era una vendimia, que puntual
acabó con dos o tres generaciones de ceniza en ese tiempo por venir. Dicen que
la ceniza también se llama poesía; pero yo no la conozco o más bien no la
recuerdo. Fueron pláticas sobre un tal César Vallejo, el purgatorio de Dante y
sus mil caminos hacia los infiernos, Nietzche, así como pudo ser un verso
Whitmaneano acompañando los poemas malditos de Baudelaire, mientras Hemingway maldecía
perdido en las costas cubanas cuando su velero encalló por una botella más de
ron.
Esperamos la recuperación de
la ciudad que nunca se recuperó de las mujeres que amamos y pudieron partir. Hoy
el país se convulsiona, votos se canjean como la promoción de la semana y
millones de mexicanos flagelados convulsionan las arterias de la historia; si
aguantamos la travesía, en 10 años más quizá estemos tomando otro café y no
escribiendo cartas desde tan lejos, a donde la condición de parias de los espurios
azules, me mandaron hace media década fuera de nuestro poético centro histórico
de Mérida. Dicen que José Martí comprendió más a su país viviendo en Nueva York
exiliado, cuando escribió su “Nuestra América” porque extrañaba su patria y le
hacía tanta falta, que solamente el amor de su hijo pudo salvarlo antes de
encontrar la heroica muerte que le confesó a su amigo Manuel Mercado una noche
antes de iniciar su ciudadanía en el universo de los indispensables.
Los del verso solemne ¿qué
saben de revolución? Estos se quedaron preocupados por las cuestiones más
egoístas, como el salario elevado por encima del salario honorable. Alejémonos
de esos márgenes donde oscilan los interesados; los que cambian el café por el
cheque inflado; los que olvidan la correspondencia por ser de genio simple; los
que olvidan por que olvidar es más fácil que agradecer. ¿Sirve razonar el voto
cuando se piensa en la próxima beca? ¿Sirve razonar la grosería por un cheque o
correspondencia que no llega? ¿Sirve recordar el honor cuando el verso sólo se
hinca aún más ante el escarnio?
Mejor ser otra vez quien
recorra el barrio de incógnito, mejor ser otra vez el horizonte magno que
recorre el vientre de la amada, cuando el oleaje nos regresa a la libertad que,
en la juventud, algún día nos hizo beber un ron con el varado Simbad mientras
esperaba el regreso interminable a los ojos de Ella.
Atte.
Jimbo Jones.
Desde Aztlán,
En el desierto donde recibo
ocasionalmente tu correspondencia.
Periódico Por Esto! 20 de julio de 2012.
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